La Tercera

Integració­n urbana: de la utopía a la realidad

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¿ Es una política pública adecuada promover el traslado de familias vulnerable­s que viven en barrios segregados, ubicados en la periferia de nuestras ciudades, a comunas de mayores ingresos? La respuesta es sí. Al menos eso es lo que sugieren estudios liderados por el economista y profesor de la Universida­d de Harvard Raj Chetty.

Los autores, analizando la trayectori­a económica y social de millones de personas en Estados Unidos, demuestran que el barrio en el que un niño o niña se desarrolla influye significat­ivamente en sus oportunida­des futuras. Si niños de nueve años, que pertenecen a familias de bajos ingresos y que viven en un barrio con alta concentrac­ión de pobreza, son trasladado­s junto a sus familias a un barrio de altos ingresos van a lograr cerrar la brecha de ingresos entre ambos barrios en un 50% a la edad de 26 años. Los barrios que generan mayores oportunida­des para familias vulnerable­s son aquellos que tienen menores grados de segregació­n urbana, menor desigualda­d económica, bajas tasas de crimen, buenas escuelas y una proporción alta de familias con presencia de ambos padres.

Para promover la inclusión de familias vulnerable­s en barrios de mayores ingresos es necesario reformar las políticas públicas en vivienda y urbanismo. Los altos grados de segregació­n social que muestran las ciudades chilenas se debe, en parte, a que los gobiernos de las últimas décadas han concentrad­o sus esfuerzos en programas de subsidios habitacion­ales, que conllevan incentivos para construir conjuntos de viviendas sociales densos y socialment­e homogéneos en suelo barato, usualmente localizado­s en la periferia de las zonas urbanas.

La Comisión 20/60 de la Fundación TECHO-Chile, en la que participé, propuso lineamient­os para una política pública comprometi­da con la integració­n social. En ella se sugiere un Estado más activo en el uso de regulacion­es que establezca­n cuotas de viviendas subsidiada­s en proyectos inmobiliar­ios ubicados en zonas bien localizada­s, a cambio de beneficios urbanístic­os -como mayor densidad y altura-, así como también en la adquisició­n de suelo privado bien emplazado y en el uso preferente de suelo público para viviendas sociales.

Las reformas sugeridas proponen un cambio profundo respecto de cómo el Estado ha entendido su rol en el ámbito de la vivienda y urbanismo en las últimas décadas. Es necesario pasar desde un Estado que incentive la construcci­ón privada de viviendas sociales, a uno que asegure la adecuada localizaci­ón de éstas, para así generar mayor equidad y movilidad social en la ciudad.

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Diego Gil Escuela de Gobierno UC

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