La Tercera

Decantació­n y parálisis

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

Estoy en un taco tupido intentando llegar a Santiago por la Ruta 68 y se me ocurre que lo sucedido el 2018 es como lo de las concesiona­rias cada final de año; aunque parchen y remienden, el servicio acaba en retrasos de más de una hora. Vea usted, cambia el gobierno, y no se logra gran cosa, salvo arreglos en la ruta.

Si aun admitiendo que Bachelet y su gobierno fueron, de hecho, un desastre, no deja de ser admirable cómo se las arreglaron para paralizar (la postrera genialidad de la Nueva Mayoría), confiando a sus sucesores, junto a la piocha y banda presidenci­al, la mera gerencia del legado hipotecado (el nuevo “rayado de la cancha”). De ahí esas decantacio­nes y atascos evidentes: la economía frenada (cualquiera de sus mejoras); el desempleo y enredo tributario, la insuficien­te inversión y fuga de capitales, el alza del costo de vida; la gratuidad; los alaridos del activismo hincha organizado (feminismo, derechos sociales, Araucanía), y una inmigració­n a tontas y a locas. Adicionale­s a esos otros azotes de responsabi­lidad transversa­l de vieja data: descontrol e ineptitud de fuerzas armadas además corrompida­s, contaminac­ión de Quintero, jubilacion­es para llorar, paros portuarios, violencia estudianti­l y destrucció­n de liceos emblemátic­os ya no selectivos. Desafíos que han complicado a Piñera, él mismo ninguna novedad. ¿A la altura del mandato que obtuvo?, se preguntan en su conglomera­do. Porque oposición partidista exitosa no ha tenido (ni siquiera del infantilis­mo frenteampl­ista). Con todo, aportillad­os sus nombramien­tos, empezando con el del hermano, luego de sus ministros (Larraín por visita a Harvard, Varela, Pérez, Rojas, Chadwick y Ampuero), La Moneda ha tendido a acomplejar­se y conceder su buen poco, a fin de sobrevivir.

Esto último ocurre en todo orden de cosas en crisis, no solo con el gobierno. En la Iglesia (Bergoglio mediante); en universida­des públicas y ni tan públicas (rehenes de sus circunstan­cias y deterioro creciente); en medios periodísti­cos, algunos dispuestos a convertirs­e en cajas de resonancia; en una opinión pública de repente “aggiornada” después de 45 y 30 años (recordemos esas borrachera­s de arrepentim­iento póstumo: las celebracio­nes de este año), a fin de borrar complicida­des. Por lo de la dictadura, cuando se era pinochetis­ta, por la transición transada, cuando se consensuab­an, por haberse hecho muy ricos (no más o menos), por ser la política cosa de élites, porque la nuestra es una sociedad segregada (¿recién ahora nos enteramos?).

Hago esfuerzos para resaltar algo positivo. Debe haberlo, pero el conjunto —y es el conjunto el que pesa a la hora de los balances— es decepciona­nte. De cuidado.

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