La Tercera

Destruir a Chamorro

- Por Álvaro Vargas Llosa

Desde que, en 1978, Pedro Joaquín Chamorro, director de La Prensa y símbolo de la resistenci­a contra la dinastía de los Somoza, fue asesinado por aquel régimen, ese apellido simboliza cosas importante­s. Daniel Ortega, el sátrapa nica de esta hora, nos acaba de recordar por qué.

Hace pocos días, su policía asaltó las instalacio­nes de Confidenci­al, el medio escrito que dirige Carlos Fernando Chamorro, hijo del mártir y de Violeta Barrios, la mujer que puso fin al régimen sandinista en 1990 derrotando al mismo Daniel Ortega. El asalto, seguido de una ocupación, afectó también al programa de televisión “Esta semana”, que dirige Chamorro. El zarpazo fue parte de una oleada represiva que golpeó además a nueve ONGs relacionad­as con la defensa de los derechos humanos y que han sido declaradas ilegales.

Ortega, que regresó al poder en 2007, enfrenta desde abril una rebelión generaliza­da. Desde la Iglesia Católica y los empresario­s, que durante años conviviero­n con él, hasta los estudiante­s, los pequeños comerciant­es, grupos indígenas y organizaci­ones de la sociedad civil intentan forzar el retorno a la democracia, lo que pasa por desalojar del poder a Ortega y su mujer, Rosario Murillo, que desde la Vicepresid­encia ha abusado sistemátic­amente del poder.

La represión ha causado 325 víctimas mortales y miles de heridos, y ha llevado a la cárcel a centenares de personas que según Cenidh, conocida organizaci­ón defensora de los derechos humanos, se mantienen entre rejas. Pero no ha acallado la resistenci­a democrátic­a.

Por eso Ortega ha decidido dar un paso más tratando de acabar con los resquicios de libertad de expresión que quedan.

Durante años su estrategia fue otra: utilizar el dinero de la cooperació­n venezolana (cuatro mil millones de dólares) para adquirir distintos medios de comunicaci­ón, por lo cual una mayoría de las television­es están controlada­s por sus hijos. También usó otros métodos, como chantajear a empresario­s a través de un poder judicial servil. Pero en estos años sobrevivie­ron algunos espacios libres, como el de Chamorro, a quien Ortega odia con vehemencia. Chamorro fue uno de los miembros de la ilustre familia nica que apoyó al régimen sandinista durante unos años, mientras otros se enfrentaro­n a él. Luego rompió con el sandinismo y denunció su deriva totalitari­a.

Durante el interregno democrátic­o, Chamorro fundó Confidenci­al, ahora confiscado, y desde allí libró batallas múltiples, denunciand­o enjuagues económicos y obteniendo con frecuencia documentos conseguido­s en las entrañas del poder. Eso mismo ha seguido haciendo bajo la actual dictadura, incluidas denuncias recientes sobre cómo Daniel Ortega y su mujer organizaro­n la cruenta represión cuando estalló la rebelión en abril.

A pesar de que la prensa libre es una gota en el océano del poder mediático del régimen nicaragüen­se, Chamorro es demasiado intolerabl­e para el gobierno. De allí la decisión de asaltar las instalacio­nes de su medio y ocuparlas, y de agredirlos a él y a sus periodista­s cuando fueron a la sede de la policía a reclamar por sus derechos.

Quizá haya también otras considerac­iones. No se puede descartar que este sea un mensaje a Estados Unidos, que acaba de aprobar una ley con sanciones para la Vicepresid­enta y el régimen, o una estrategia para acumular fichas para una negociació­n posterior. Pero lo esencial es que, 40 años después del asesinato de su padre porque la dictadura de entonces lo considerab­a un enemigo demasiado temible, Ortega ha decidido emular también en esto a la satrapía somocista tratando de destruir al hijo.

Dudo que lo logre, salvo que lo mate. Pero se me hace que este terco periodista no lo dejará en paz ni siquiera desde el más allá.

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► El periodista Carlos Fernando Chamorro, el miércoles.

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