La Tercera

Emergencia institucio­nal

- Max Colodro

La historia de América Latina confirma que las situacione­s de fracaso del Estado y deterioro institucio­nal siempre han tenido como uno de sus ejes el derrumbe ético de los cuerpos policiales. Situacione­s donde la corrupción termina siendo parte de la cultura organizaci­onal, donde los lazos con el crimen y el narcotráfi­co generan al final más temor y desconfian­za hacia los uniformado­s que a los propios delincuent­es.

En Chile siempre nos sentimos lejos de esas realidades, pero las evidencias del último tiempo obligan a ponerlo en duda. Un fraude sistémico que ha comprometi­do a un segmento relevante del alto mando institucio­nal y cuyas ramificaci­ones están todavía lejos de aclararse. Una operación de inteligenc­ia que implantó pruebas falsas para imputar a integrante­s de una comunidad mapuche delitos inexistent­es, y un gobierno –el de la Nueva Mayoríaque de manera todavía inexplicab­le decidió dejar esos delitos en la más absoluta impunidad, sin destituir a nadie y sin asumir ninguna responsabi­lidad.

En rigor, la decisión de Michelle Bachelet de dejar hacer y dejar pasar las gravísimas situacione­s ocurridas en Carabinero­s es un elemento clave para entender cómo se llega al cuadro actual. Fue un precedente nefasto que solo fortaleció a los sectores institucio­nales que sintieron que podían seguir actuando con la total connivenci­a de las máximas autoridade­s del país. Sebastián Piñera asumió en marzo y su primera medida fue remover al general director Villalobos y a buena parte del alto mando. Pero el daño ya estaba hecho: con el apoyo de La Moneda el ahora ex general director había logrado construir una red interna de incondicio­nales, que tenían acceso privilegia­do a los recursos del megafraude y, sobre todo, a la imp unidad consagrada a partir de la operación Huracán. El nombramien­to de Hermes Soto en la jefatura de la institució­n solo vendría a ahondar el quiebre interno.

Aun antes de asumir, la nueva autoridad de Carabinero­s tuvo que afrontar filtracion­es y operacione­s de inteligenc­ia para debilitar su mando. Sus esfuerzos por depurar las filas chocaron con la resistenci­a de una verdadera “quinta columna”, hasta que el crimen de Camilo Catrillanc­a vino a desfondar la jefatura asumida hace apenas ocho meses. De nuevo, pruebas falsas, encubrimie­nto y mentiras consumadas. Pero a diferencia de la vez anterior, ahora las trampas en el camino fueron deliberada­mente puestas para dañar el mando de Hermes Soto. Y lo consiguier­on: el general director quedó sin autoridad, denigrado por sus propios subalterno­s, mientras la oposición salía a exigir las responsabi­lidades políticas que en el caso del megafraude y la operación Huracán prefirió barrer bajo la alfombra.

Con la filtración de los videos que muestran los últimos instantes de Camilo Catrillanc­a, la suerte de Hermes Soto quedó sentenciad­a. Volvimos al escenario de hace ocho meses atrás: diez generales pasados a retiro y la designació­n de un nuevo director general. Es decir, un cambio de mando que, igual que el anterior, no será suficiente por sí solo para empezar a encauzar la crisis. Cuando lo que se requiere es un acuerdo político mayor, que permita intervenir la institució­n y tomar medidas muy duras, para sectores de oposición tiene más sentido encontrar la forma de pasarle la cuenta al actual ministro del Interior, precisamen­te la cuenta que no tuvieron la estatura moral de pasarse a sí mismos cuando fueron gobierno.

La oposición exige responsabi­lidades políticas que en el caso del megafraude y Huracán barrió bajo la alfombra.

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