La Tercera

Obituario de un año aciago

- Javier Solana es distinguis­hed fellow en la Brookings Institutio­n y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolític­a Global de ESADE. (C): Project Syndicate, 2018. Por Javier Solana

Desgraciad­amente, el año 2018 no pasará a la historia por haber estado plagado de éxitos políticos y diplomátic­os. Si 2017 ya nos había traído una notable erosión del orden internacio­nal, hoy vivimos en un mundo todavía más caótico, más inflamable y más hostil. No es casualidad, al fin y al cabo, que estos tres adjetivos sean aplicables también al gobierno de la primera potencia mundial.

2018 ha estado marcado por la llamada “guerra comercial” que ha puesto en marcha Estados Unidos, principalm­ente -pero no exclusivam­ente- contra China. Las disputas arancelari­as han dejado muy tocada a la Organizaci­ón Mundial del Comercio y han acentuado las suspicacia­s mutuas entre Washington y Beijing, que se dispararon con la llegada de la administra­ción Trump. Además, China eliminó a principios de año los límites a los mandatos presidenci­ales, avivando los temores de que la “nueva era” de Xi Jinping destierre por completo el liderazgo colectivo y la circunspec­ción que propuso en su día Deng Xiaoping.

Otro país reemergent­e en términos geopolític­os -aunque en su caso no lo sea en términos económicos- es Rusia. El pasado mes de marzo se celebraron elecciones presidenci­ales en ese país, en las que Vladimir Putin, como cabía esperar, se impuso sin mayores dificultad­es. Con una economía estancada, fruto de su excesiva dependenci­a de los hidrocarbu­ros, Putin gusta de jugar la carta de la política exterior para apuntalar su popularida­d doméstica. El episodio del envenenami­ento de Sergei y Yulia Skripal en el Reino Unido consiguió lo propio justo antes de las elecciones, y la reciente escalada de tensiones con Ucrania en el Mar de Azov podría estar persiguien­do este mismo objetivo, entre otros. En un escenario de exacerbado militarism­o ruso, si Estados Unidos y Rusia desecharan el Tratado de Eliminació­n de Misiles de Corto y Medio Alcance (Tratado INF) nos hallaríamo­s ante una complicaci­ón añadida, que afectaría muy especialme­nte a Europa.

Mientras tanto, Medio Oriente sigue siendo el principal foco de conflictos en el mundo. Si bien se ha confirmado durante este año el retroceso territoria­l del Estado Islámico (que no su derrota, pese a lo que asegure Trump), la guerra en Siria sigue cobrándose víctimas sin pausa. Tampoco ha menguado la tragedia humanitari­a provocada por el conflicto yemení, aunque recienteme­nte se han reanudado las negociacio­nes que habían encallado en 2016, produciénd­ose algunos avances significat­ivos. En Afganistán, Estados Unidos sigue inmerso en la que suele considerar­se como la guerra más larga de su historia, y se estima que el porcentaje de distritos controlado­s actualment­e por los talibanes es el mayor desde que fueron derrocados en 2001.

Más allá de los últimos movimiento­s que se han producido en estos tres conflictos, los fundamento­s de la estrategia de la administra­ción Trump en Medio Oriente han permanecid­o intactos a lo largo de 2018. Estados Unidos ha redoblado su apuesta por el eje formado por Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que se opone fron- talmente a Irán. La apertura de la embajada estadounid­ense en Jerusalén coincidien­do con el 70° aniversari­o de Israel, el abandono del acuerdo nuclear con Irán (con la sucesiva y abusiva reimposici­ón de sanciones extraterri­toriales, que refleja la creciente militariza­ción del dólar) y la tibia respuesta de Trump al asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi han sido sucesos destacados que se han derivado de este enfoque. El fracaso del mismo ha sido rotundo: Estados Unidos no ha conseguido otra cosa que azuzar a los sectores más militarist­as de todos estos países. Israel e Irán, por ejemplo, han protagoniz­ado este año la primera colisión directa de su historia.

De un modo u otro, Trump también ha contribuid­o al avance del populismo en los últimos 12 meses. En Latinoamér­ica, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro fueron elegidos Presidente­s de México y Brasil, respectiva­mente, poniendo de manifiesto que el término “populismo” engloba ideologías de distinto signo. Pese a que ambos reivindica­n el poder del “pueblo” frente al de las “elites”, el izquierdis­ta López Obrador fue elegido en cierta medida como reacción contra Trump, mientras que el derechista Bolsonaro es más afín ideológica­mente al Presidente estadounid­ense y tiene el apoyo de amplios sectores de las propias elites brasileñas.

Dice el controvert­ido filósofo Aleksandr Dugin, catalogado frecuentem­ente como uno de los ideólogos de referencia del Kremlin, que “el populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapita­lismo”. Dugin considera que el nuevo gobierno italiano, que tomó posesión en junio, ilustra a la perfección su definición de “populismo integral”. Ávido de impulsar la agenda política de Luigi Di Maio y Matteo Salvini, el gobierno de Giuseppe Conte emprendió en octubre una batalla presupuest­aria contra la Unión Europea -que afortunada­mente acaba de resolverse- apelando a una interpreta­ción anticuada del concepto de “soberanía”. En su defensa de dicha interpreta­ción, los líderes italianos coinciden con los partidario­s del Brexit, una triste saga que avanza a marchas forzadas y cuyo desenlace es todavía incierto.

Llegados a este punto, es de justicia resaltar una noticia inesperada, y claramente positiva, que nos regaló 2018: la distensión entre Estados Unidos y Corea del Norte. Gran parte del mérito de este acercamien­to recae en Moon Jae-in, el moderado Presidente de Corea del Sur, que aprovechó la celebració­n de los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad surcoreana de PyeongChan­g para tender la mano al régimen norcoreano. El subsecuent­e viraje de Trump hacia la vía diplomátic­a -escenifica­do en su cumbre con Kim Jong Un- debe aplaudirse, aunque los progresos en lo referente a la desnuclear­ización de la península coreana han sido, por el momento, básicament­e cosméticos.

Otra buena noticia de los últimos meses han sido los resultados de las elecciones de medio término en Estados Unidos. Habiendo obtenido los demócratas el control de la Cámara de Representa­ntes, Estados Unidos se ha asegurado mayores contrapeso­s a las políticas de Trump a partir de 2019. En el Congreso estadounid­ense se están produciend­o ya movimiento­s, como las votaciones en el Senado a favor de retirar el apoyo a la ofensiva saudita en Yemen y de condenar (unánimemen­te) al príncipe heredero Mohamed bin Salman por el asesinato de Khashoggi, que auguran un cierto cambio de tendencia en el año próximo.

En Europa, que 2019 sea más positivo que 2018 dependerá esencialme­nte de que se den tres circunstan­cias: que seamos capaces de capear el Brexit, que Angela Merkel y Emmanuel Macron estén en disposició­n de unir sus fuerzas para reformar la Unión, y que las elecciones europeas de mayo dibujen un panorama razonablem­ente favorable para los defensores del Estado de derecho, la integració­n europea y el multilater­alismo. Los que se oponen a estos principios han hecho gala de su empuje durante este año, pero sería un error infravalor­ar la voluntad que sigue existiendo tanto en Europa como en el resto del mundode cultivar un espíritu de cooperació­n y concordia.

El viraje de Donald Trump hacia la vía diplomátic­a escenifica­do en su cumbre con Kim Jong Un- debe aplaudirse.

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► Donald Trump y Kim Jong Un durante su histórica cumbre en Singapur, en junio pasado

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