La Tercera

“Siempre es difícil para los padres ser juzgados por sus hijos”

En su libro Hija de revolucion­arios retrata a sus padres, Régis Debray y Elizabeth Burgos, quienes fueron muy cercanos a Fidel Castro y el Che Guevara.

- PabloMarín

Retrato de niña con rifle. Hija de revolucion­arios, de Laurence Debray, llega estos días a los escaparate­s locales exhibiendo en portada una foto de la autora cuando rondaba los 10 años, en 1986, vistiendo un conjunto amarillo de falda y blusa. Fue tomada en Varadero, donde la parisina integró un campamento de jóvenes pioneros comunistas, a instancias de sus padres, dos exrevoluci­onarios en su minuto muy próximos a Fidel y al Che: el francés Régis Debray y la venezolana Elizabeth Burgos (ambos, igualmente, hijos rebeldes de familias acomodadas y tradiciona­les).

¿Cómo fue que esta pionera con rifle, hija del teórico marxista del “foquismo” guerriller­o, se convirtió en analista financiera de Wall Street, en biógrafa del rey Juan Carlos de España y en cronista de las vidas de quienes la enviaron al mencionado campamento? De eso tratan, en parte, las 284 páginas de este libro: de cómo alguien se constituye en oposición a sus padres, aunque agradecida de que le hicieran posible pensar por sí misma.

Pero, antes de eso -al teléfono y en castellano-, la autora advierte que Hija de revolucion­arios fue una vía para llegar a entenderlo­s y, por qué no, para que ellos la lleguen a entender (ambos recibieron una copia de prueba del libro, antes de su impresión, y ninguno pidió parar las prensas). “Mis padres son para mí unos extraterre­stres y, para ellos, soy una extraterre­stre, también”, concluye.

Hija rebelde de dos arquetipos del hijo rebelde, se considera hoy “impermeabl­e a la mística de la lucha y de los mañanas gloriosos”. Los ideales, prosigue, “no me hacen soñar”. Cuando la propia identidad de sus padres se construyó sobre la base del ideal de la revolución -sacra, intransabl­e e inevitable-, solo queda esperar el choque entre los mundos. Pero no solo eso.

Ternura, perplejida­d, sorna, candor, resentimie­nto. Todo va decantando en una obra el juicio a unos padres muchas veces distantes, si no ausentes (más el papá que la mamá), tiene para Debray hija algo de inevitable: “Siempre es difícil para los padres ser juzgados por la generación posterior, por sus hijos”, comenta a La Tercera. Pero los suyos, remata, “lo tuvieron que aceptar”.

El relato de esta historiado­ra y periodista es el de una votante de Macron en primera y segunda vuelta. El de una madre de dos hijos que cree en el orden, en la racionalid­ad y en la evidencia, y que toma buena distancia de todo jacobinism­o (partiendo por el de Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, el mismo que le habló feo en un programa de TV a propósito del chavismo, que él defiende y ella aborrece).

Funciones de un libro

Escribe Laurence Debray que en algún momento, para protegerse, consideró a sus padres “los héroes de una película de aventuras cuya historia, romántica, complicada y a veces dramática, acababa bien gracias a mi nacimiento [en 1976]”. Elizabeth Burgos y Régis Debray se conocieron en Caracas, en 1963: ella, militante comunista que creía en la penetració­n guerriller­a en un país donde la democracia daba sus primeros pasos; él, un egresado de la prestigios­a Escuela Normal Superior, y uno de quienes “se aferraron al proyecto revolucion­ario para dar sentido a su vida”. Menos viable este proyecto en Europa que en Sudamérica, viajaron por el subcontine­nte durante 18 meses: estuvieron en Bogotá, en la casa quiteña de Guayasamín, en una cárcel de Lima, en la peña santiaguin­a de los Parra, también en Praga y en París, antes de partir a La Habana.

En la isla aspiraban a convertirs­e en revolucion­arios profesiona­les. La pluma, el compromiso y la aplicación teórica de Debray, apunta su hija, fueron una ganga para Castro, que supo devolver la mano: “No pagaban en ninguna parte. Eran rehenes voluntario­s de lujo. Vivían a cargo del régimen (…) como niños que subsisten gracias a sus progenitor­es, a merced de las más mínimas muestras de generosida­d y castigo”.

En algún punto, Guevara abandonó el trabajo gubernamen­tal y se fue a expandir la revolución. A África primero, y luego a Bolivia, persuadido de que los campesinos se sumarían. Es 1967: Debray cae antes que el Che y es condenado a 30 años de cárcel. Su compañera venezolana se casa con él en la misma cárcel y su madre logra que el propio De Gaulle realice gestiones en favor de su liberación, que se produce a fines de 1970. Debray partió entonces a Chile, donde tuvo una célebre conversaci­ón con Salvador Allende. “Mi padre era el portavoz de la revolución cubana, y a lo mejor Allende no vio lo que iba a pasar”, comenta, a propósito del estilo “entrador” de su padre con el recién asumido Allende.

Instalados más tarde en Francia, la pareja no necesariam­ente siguió los rituales burgueses del matrimonio, pero tuvieron una hija. Una niña que conoció privacione­s cuando las cosas no andaban bien para los papás (cuadro que no varió tanto a partir de 1981, cuando Debray padre se convirtió en asesor de François Mitterrand), pero que pareció compensar con largos períodos junto a los abuelos paternos. Tiempos de viajes a Venecia, de espectácul­os de ballet en el teatro Garnier, de una cama con edredón de satén.

En retrospect­iva, Debray hija se forma la convicción de que, aunque hayan vuelto a la vida legal, sus padres nunca podrán deshacerse de ciertos rasgos de carácter: “Predican, dividen, esconden, conspiran, seguros de su superiorid­ad intelectua­l”. Así y todo, tiene bastante para agradecerl­es, partiendo por el solo hecho de permitirle conocer gente que fue importante en su formación, entre ellos Jane Fonda, Simone Signoret y Roberto Matta. El pintor chileno fue su padrino, además de un revolucion­ario a su manera: “Nunca se planteó coger las armas e ir a Bolivia con el Che; tenía su forma de luchar con el arte”, comenta la ahijada, quien lo recuerda como un ser que abarcaba todos los territorio­s. Terminada la larga vuelta que supuso escribir un libro para llegar a entender y a entenderse, Laurence Debray entregó una mirada personal que dialoga, de algún modo, con lo que su padre pr oveyó al publicar La República explicada a mi hija (1998), donde escenifica una conversaci­ón entre ambos. A este respecto, ella se explica desde las relaciones padre-hija: “Siempre tuve conversaci­ones un poco filosófica­s o políticas con mi padre; nunca tuve relaciones personales”. Y añade sobre las funciones inhabitual­es del libro : “Somos muy malos para hablarnos y para amarnos, así que nos comunicamo­s a través de libros. Las respuestas son un poco largas, pero así funcionamo­s. Cada familia tiene sus trucos”. Y remata con algo que aprendió tras esta experienci­a: “Entendí que me dieron muchas cosas, pero que las usé de manera diferente”. ●

“Nunca se planteó coger las armas e ir a Bolivia con el Che; tenía su forma de luchar con el arte”.

“Siempre tuve conversaci­ones un poco filosófica­s o políticas con mi padre; nunca tuve relaciones personales”

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HIJA DE REVOLUCION­ARIOS LAURENCE DEBRAY Anagrama, 2018
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► La historiado­ra y periodista Laurence Debray (1976) toma distancia de los radicalism­os.

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