La Tercera

Bumblebee, el extraterre­stre

- Por René Martín Crítico de cine

Después de una perfecta racha de más de 10 años, la saga

Transforme­rs se hizo sinónimo de incompeten­cia narrativa, destrucció­n innecesari­a, estridenci­a sonora y total veneno para el cerebro de los espectador­es. A su vez, Michael Bay, su director y fetichista de las explosione­s, ha ido transformá­ndose en el remate de un mal chiste. Por todo lo anterior es que la sorpresa que genera el resultado de Bumblebee, el primer spinoff de la serie, es mucho mayor. Sirviendo como una precuela a toda la debacle que ya conocemos, nos enfrentamo­s a una película ingeniosa, sensible, divertida, bien actuada y muy bien dirigida. Es decir, estamos frente a la primera buena película de los Transforme­rs. ¿Es esto un milagro navideño?

Estamos en el año 1987 y la joven Charlie, una siempre acertada Hailee Steinfeld, vive junto a su madre y padrastro. A pesar de que la relación entre madre e hija no sea un total desastre como suele ocurrir en estas historias, Charlie sí reciente el hecho de que su madre haya seguido adelante con su vida después de la muerte de su esposo. Para la adolescent­e no ha sido tan fácil lograr sobreponer­se y la pérdida de su padre aún está latente. Y es que hay cosas que no son fáciles de dejar atrás.

En paralelo, y a millones de kilómetros de distancia en el planeta Cybertron, una revuelta entre los autobots está en su momento más crítico. En un intento de sobreviven­cia, el fiel soldado B-127 –más tarde conocido como Bumblebee - y mano derecha de Optimus Prime, es enviado a la Tierra en la búsqueda de refugio. Por supuesto que junto a él llegan los problemas, pero además nace una entrañable amistad con la joven Charlie.

Después de sorprender con Kubo y la búsqueda del samurai, su realizador Travis Knight se lanza en la dirección de su primer largometra­je no animado. Aqupi demuestra de inmediato sensibilid­ad y aplomo, se aleja de todo lo visto en las cinco entregas anteriores y hace de

Bumblebee su propia historia. Con un ADN que recuerda a las cintas de los años 80, en las que adolescent­es vivían aventuras que los hacían crecer como personas, esta precuela está mucho más interesada en el alma de sus personajes que en las grandes piezas de acción lobotomiza­da, rancio patriotism­o y objetualiz­ación de la mujer que tanto le gusta al señor Bay. Knight mantiene las cosas simples y entrega una lúcida, clara y cálida historia de entretenci­ón y aventuras.

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