La Tercera

El año de los charlatane­s

- Por Moisés Naím Analista venezolano. (C) El País.

En 2018 se cumplieron 60 años de la emisión por la cadena estadounid­ense de televisión CBS de un episodio de la serie de westerns llamada Trackdown o Rastreando. ‘El fin del mundo’ es el título del episodio de esa serie que cuenta la historia de un charlatán que llega a un típico pueblo del lejano Oeste y convoca a la población a que acuda a oír la urgente noticia que les trae.

Está por ocurrir una “explosión cósmica” que va a acabar con el mundo, les dice. Pero él los puede salvar. El, y solamente él. Para sobrevivir deben construir un muro alrededor del sus casas y comprarle unas sombrillas especiales que desvían las bolas de fuego que lloverán del cielo. ¿El nombre del charlatán que protagoniz­a este episodio? Trump. Walter Trump.

En el programa de televisión —que se puede ver en YouTube— Hoby Gilman, un Texas Ranger que representa el sentido común, trata de persuadir a sus vecinos de que no le hagan caso a Trump. “Es un estafador… nos está mintiendo”, les dice. Al igual que su homónimo de la vida real que capta la atención del mundo medio siglo después, el Trump de la serie suele usar a sus abogados para neutraliza­r a críticos y rivales: Walter Trump amenaza a Gilman con demandarlo.

Los charlatane­s siempre han existido. Son bribones que con gran habilidad verbal logran venderle a incautos algún tipo de producto, remedio, elixir, negocio o ideología que, sin mayor esfuerzo, les quitará sus penas, aliviará sus dolores o los hará prósperos. Últimament­e, el mercado de la charlatane­ría, especialme­nte en la política, ha tenido un gran apogeo. Ha aumentado tanto la demanda como la oferta de soluciones simples a problemas complejos. La demanda la impulsan las crisis y a la oferta la potencian las redes sociales .

Las crisis de todo tipo que aquejan al mundo de hoy son el resultado de potentes fuerzas: tecnología, globalizac­ión, precarieda­d económica y desigualda­d, criminalid­ad, corrupción, malos gobiernos, racismo y xenofobia, entre otras. El resultado es la proliferac­ión de sociedades con grandes grupos de personas que se sienten, con toda razón, agraviadas, frustradas y amenazadas por el futuro. También constituye­n un apetitoso mercado para charlatane­s que ofrecen soluciones simples, instantáne­as e indoloras.

En la serie de televisión de 1958, un anónimo narrador nos relata lo que pasó: “El pueblo estaba listo para creer. Y como corderos corrieron al matadero. Y allí, esperándol­es, estaba el sumo sacerdote del fraude”. Medio siglo después, estas frases suenan muy actuales. Hay cada vez más sociedades dispuestas a votar por quien les haga la promesa más simple y que, además, ofrezca romper con todo lo anterior y sacar del poder “a los de siempre”.

Los embaucador­es de hoy son, en esencia, similares a los que siempre han existido, solo que ahora disponen de tecnología­s digitales que les dan inimaginab­les oportunida­des. Son charlatane­s digitales.

La intervenci­ón clandestin­a de un país en las elecciones de otra nación es un buen ejemplo de prácticas antiguas que se han repotencia­do. Ahora los charlatane­s digitales operan a través de los famosos bots. Estos son programas que diseminan a través de las redes sociales millones de mensajes automático­s dirigidos a usuarios que han sido selecciona­dos porque tienen ciertas caracterís­ticas: una determinad­a edad, sexo, raza, localizaci­ón, educación, religión, clase social, preferenci­as políticas, hábitos de consumo, etcétera. Como todos los buenos charlatane­s, los administra­dores de los bots saben identifica­r a las personas propensas a creerles. Antes, los charlatane­s usaban su intuición para identifica­r a sus víctimas, ahora usan algoritmos. Una vez identifica­das sus víctimas, los creadores de los bots les envían mensajes que confirman y refuerzan sus creencias, temores, simpatías y repudios. Los charlatane­s digitales saben cómo estimular ciertas conductas en quienes reciben sus mensajes (votar por un candidato y difamar a su rival, apoyar a cierto grupo y atacar a otro, diseminar informació­n falsa, unirse a un grupo, protestar, hacer donaciones, etcétera.)

Estas nuevas tecnología­s digitales tienen la propiedad de ser, al mismo tiempo, masivas e individual­es. Quienes las usan pueden, simultánea­mente, contactar a millones de personas y hacerle sentir a cada una de ellas que está interactua­ndo de una manera directa, personal y casi íntima con alguien con quien comparten formas de pensar. Esto fue exactament­e lo que pasó en las elecciones estadounid­enses que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca.

Pero sería un error suponer que los charlatane­s digitales solo influyeron en las elecciones estadounid­enses. Se estima que 27 países han sido víctimas de la interferen­cia política orquestada por el Kremlin. Tanto en la crisis de Cataluña como en el Brexit se detectaron intensas actividade­s de los bots y otros actores digitales controlado­s o influidos por el gobierno ruso.

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► Un hombre vestido de Trump cerca de Edimburgo, ayer.

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