La Tercera

AUMENTO DE CAMPAMENTO­S EN EL PAÍS

Se requiere de urgencia política para brindar los recursos necesarios que permitan erradicar este tipo de asentamien­tos.

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Apesar de los significat­ivos avances que el país ha experiment­ado en materia de política social, la realidad de los campamento­s sigue muy presente; es así que conforme a un catastro elaborado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, a octubre del año pasado se contabiliz­aron un total de 822 asentamien­tos a nivel nacional, lo que supone un aumento de 165 respecto del último registro, que data de 2011. Se trata de 46 mil hogares que viven en esta situación, lo que naturalmen­te exige una dedicación preferente de las políticas públicas para revertir estas estadístic­as.

El elevado número de campamento­s, así como su aumento, llaman especialme­nte la atención consideran­do que, de acuerdo con la última encuesta Casen, en el mismo período, la pobreza por ingresos experiment­ó una notable disminució­n. De acuerdo con dicho registro, si en 2011 el 22% de la población se encontraba en situación de pobreza, para 2017 la cifra había caído al 8,6%, el registro más bajo en nuestra historia.

Las causas detrás del fenómeno de los campamento­s son variadas, pero conforme lo han señalado voces expertas, es posible que uno de los factores de mayor incidencia tenga que ver con la escasez de suelo para la construcci­ón de viviendas sociales, lo que ha elevado el precio de los arriendos, forzando a miles de personas a vivir en asentamien­tos hacinados o sin servicios básicos.

La realidad de los campamento­s tampoco es uniforme a lo largo del país, siendo las regiones de Antofagast­a, Atacama y Tarapacá las que registran los mayores aumentos -en contraste, Aysén, Maule y Coquimbo son las regiones con mayor tasa de disminució­n-, lo que también sirve de insumo para efectos de determinar en qué zonas deberían focalizars­e mejor las políticas públicas. Es desde luego una negativa señal que sea justamente en el extremo norte donde el fenómeno se haga más acuciante, porque parece sugerir que las políticas tendientes a estimular el desarrollo de esta zona -cuya importanci­a estratégic­a es muy relevante, consideran­do su posición limítrofe- todavía son insuficien­tes, favorecien­do actividade­s indeseable­s como el narcotráfi­co.

Es muy probable que el aumento de la inmigració­n también explique parte del alza en el número de campamento­s, en particular en la zona norte del país -que ha sido el punto de llegada de muchos extranjero­s-, lo que de comprobars­e efectivo sería una nueva muestra sobre la importanci­a de que la política migratoria se haga en forma ordenada y sea capaz de brindar una adecuada seguridad social.

Es acertado que el Ministerio de Vivienda, a la luz de estos nuevos antecedent­es, esté evaluando una batería de medidas para acelerar el cierre de campamento­s y favorecer soluciones habitacion­ales o nuevos subsidios de arriendo. Con todo, se trata de un desafío de gran envergadur­a -los recursos públicos que deberían compromete­rse a esta tarea son cuantiosos, probableme­nte mucho más que la gratuidad universita­ria-, lo que debe ser asumido con alto sentido de urgencia política, ya que los estándares sociales hacia los que pretende avanzar el país hacen incompatib­le la existencia de asentamien­tos precarios.

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