Teju Cole
¿Cómo reaccionar ante esas fotografías espectaculares, casi cinematográficas, que al mismo tiempo reproducen un drama real? Esta es la pregunta que atraviesa “Lección práctica”, un ensayo de Teju Cole que apareció en The New York Times el 2015 y que ahora es recogido en un volumen ejemplar, Cosas conocidas y extrañas. La amplitud de textos refleja el intenso interés por la vida de este escritor que nació en Estados Unidos en 1975, cuando sus padres estaban terminando el doctorado. Luego la familia volvió a África y Teju Cole pasó su infancia y primera juventud en Lagos. Dado que tenía nacionalidad estadounidense, después partió a Michigan a estudiar historia del arte en Kalamazoo College.
Los trabajos de Cosas conocidas y extrañas combinan política, literatura, crónica de viajes y artes visuales con una autoridad poco frecuente en los escritores jóvenes. Por la forma en que cruza sus referencias culturales con los conflictos actuales más urgentes (xenofobia, desigualdad, racismo), Cole recuerda más a John Berger y a Susan Sontag que a sus compañeros de generación.
“Lección práctica” es un ensayo pertinente sobre las fotografías de guerra, ese doble filo que hay entre la toma de conciencia ante el dolor de los demás y la inevitable anestesia que provoca la sucesión de imágenes impresionantes. Teju Cole, que también es fotógrafo, se abre a los proyectos de Sergei Ilnitsky o Glenna Gordon, fotógrafos cuya cámara llega tarde, desfasada, para documentar las ruinas que deja la violencia (y no el estallido mismo). Son imágenes que más que indignación, disparan la imaginación. Los restos de una cocina en Ucrania, por ejemplo, donde se aprecia una tetera, dos tazas y un tiesto con tomates junto a los cristales rotos y las manchas rojas, conectan al espectador con su yo más compasivo.
El efecto de estas fotos (algunas vienen en el libro, como la de la blusa de una niña secuestrada por Boko Haram) es similar al que provoca la prosa de W.G. Sebald, quien posiblemente sea la influencia más palpable de Teju Cole. En su novela Ciudad abierta, la que lo hizo conocido internacionalmente, los paseos de un siquiatra nigeriano por Nueva York gatillan recuerdos y reflexiones sobre la soledad y la carga de sufrimiento que ciertos lugares pueden conservar. El estilo plasma la íntima relación entre pasear y divagar.
Cosas conocidas y extrañas incluye una crónica sobre la visita de Cole a la tumba de Sebald. Es un homenaje al maestro, pero también un encuentro sorprendente entre el escritor y el taxista que lo traslada, eximio conocedor de las bases aéreas que rodean la zona y que funcionaron a todo dar para la II Guerra Mundial. El personaje parece sacado de una página de Sebald: un tipo que intenta no olvidar, consciente de que lo que enterramos –el pasado– siempre emerge, una y otra vez, para exigir nuestra atención.