La Tercera

2018 cerrará con venta de más de 1 millón de autos usados

- Manuel Marfán

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La generación de mis abuelos nació cuando las calles y caminos de Chile eran de tierra, oscuros de noche y contaban con acequias a la vista. Solo unas pocas calles urbanas eran modernas, cubiertas de adoquines e iluminadas por lámparas a gas. Excepto por unos pocos visionario­s, esa generación no imaginó que le tocaría vivir la llegada del hombre a la Luna, ni menos que la vería en vivo y en directo por televisión, vía satélite. ¡Impresiona­nte!

Cuento lo anterior a propósito del cambio que ha tenido la agricultur­a chilena para los “baby boomers” (los nacidos entre 1946 y 1964). A fines de los años 1960 se asociaba a términos como servilismo, pobreza, alcoholism­o, mortalidad infantil, y así. Las estadístic­as económicas del sector eran francament­e malas. La pobreza urbana, en tanto, era la consecuenc­ia directa de la migración campo-ciudad.

Hoy, en cambio, el panorama es radicalmen­te diferente, pese a que aún quedan focos de pobreza en zonas de secano y La Araucanía. La cobertura de electricid­ad, agua potable y telefonía celular en el área rural es equivalent­e al promedio de la OCDE, con todo lo que ello implica para efectos de la incorporac­ión a la tecnología de punta. Las fronteras agrícolas se han desplazado notoriamen­te. Por ejemplo, la industria vinífera se extiende hoy desde el valle de Limarí al valle del Itata. La industria frutícola, que hasta no hace mucho llegaba hasta Curicó, se ha expandido hasta las regiones de Ñuble y Biobío, y más al sur aún si incorporam­os los berries. La calidad de la carne de res chilena ha mejorado notablemen­te, y ya no se nota la diferencia de antes respecto de la carne argentina. ¡Quién lo hubiera dicho! Pero lo más notable es en el sector frutícola, donde Chile ya es un referente mundial en tecnología. La rápida adaptación a los cambios en los mercados internacio­nales y la cadena, desde la cosecha en Chile hasta la venta minorista en el resto del mundo, es uno de los pocos ejemplos exitosos de un ecosistema chileno que funciona. El paro de los estibadore­s eventuales fue sorpresivo, pero, a la vez, demostró el compromiso de todos los intervinie­ntes para evitar que se repita en el futuro.

Pero hay desafíos pendientes de esta modernidad. Quizás el más importante es la ausencia de una política de Estado, más allá de la simple represión, para lograr una buena convivenci­a de la industria forestal con los pueblos originario­s. ¿Por qué no aprender de las experienci­as exitosas de otros países? ¿Por qué hay países donde el Estado y los privados han logrado construir ecosistema­s exitosos en la industria vinífera y en la de lácteos? ¿Por qué no en Chile, si tenemos todo para hacerlo?

Pero, en una mirada larga, estos desafíos y los avances logrados han colocado a la agricultur­a quizás como el sector productivo más moderno del Chile actual. Algo impensable hace no mucho tiempo. La distancia entre la agricultur­a de fines de los ’60 y la actual es como la de la vida en Chile a fines del Siglo 19 y la llegada del hombre a la Luna. Es otro mundo. Otra dimensión.

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