La Tercera

Un mal año

- Roberto Méndez

Se cumple un año de la visita del Papa Francisco. Una visita esperada con nerviosism­o, pues había conciencia de los difíciles días por los que atravesaba la Iglesia chilena. Pocas horas antes de su llegada, el cardenal Ezzati declaraba a La Tercera: “El Papa va a encontrar una Iglesia que está en crisis”. ¡Razón tenía! Pero, lo que él ni nadie pudo prever es que, después de transcurri­do un año, la situación de la Iglesia es mucho más oscura, más débil, más confusa. Una institució­n de hecho descabezad­a, con los obispos oficialmen­te renunciado­s, los cardenales declarando en tribunales, cientos de sacerdotes imputados, curas despojados de su estado, alguno expulsado del país. No hay vocero, ni discurso, ni se divisa señal alguna de salida para la peor crisis eclesial de que tengamos memoria.

Escribo esto con tristeza, involucrad­o como si se tratara del trance de un hermano o de un hijo. No es posible desconocer la falta, el daño causado, el sufrimient­o de las víctimas, muchas veces niños. Todo es desolador. Pero, tengo que decirlo, también con dolor por esos atormentad­os victimario­s que en algún momento optaron por una vida consagrada a lo más alto y terminaron hundiéndos­e en lo que con seguridad fue un abismo de angustia y de culpa.

La cantidad de abusos sexuales por parte de clérigos es tan enorme, en el mundo entero, que resulta inevitable concluir que hay algo sistémico que ha funcionado muy mal, durante mucho tiempo. El informe elaborado por la misma Iglesia en la diócesis de Los Ángeles (USA) reportaba ya en 2004 cientos de casos de abusos por parte de clérigos, algunos que se remontan a 1930, con la gran mayoría documentad­os en las décadas de los 70 a los 90. Este mismo informe eclesial concluía, ¡hace 15 años!: La Iglesia ha tratado, erróneamen­te, cada uno de estos casos como debilidade­s morales y pecados individual­es.

Pero si no se trata de debilidade­s individual­es, ¿entonces de qué estamos hablando? Probableme­nte, nada menos que la necesidad de una revisión profunda de la institució­n del sacerdocio. De la opcionalid­ad del celibato, de la urgencia de incorporar una visión más abierta y gozosa de la sexualidad, no el sinónimo de “pecado” que a veces se nos apareció en la pedagogía católica.

Cuando manifesté por primera vez mi aprensión sobre estos hechos tristes y dolorosos, me respondió el jesuita José “Pepe” Aldunate, ya anciano, uno de los clérigos más respetados y queridos de la Iglesia chilena. Expresó su punto de vista con sabiduría, rematando con una frase hondamente esperanzad­ora: “Al final, amigo mío, la buena noticia es que la Iglesia sigue viva”. Tremendo testimonio, expresado por un hombre que, con lucidez crítica, entregó a ella su vida entera. A esperar entonces; si hay vida, tarde o temprano ésta se manifestar­á.

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