La Tercera

Ciencias y humanidade­s

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­rl

La euforia con que se recibió al nuevo ministro de Ciencias no debiera ocultar el patético estado de las humanidade­s. Aunque figuren entre las áreas a cargo de esta nueva repartició­n, se las incluye, pero como concesión piadosa de último minuto, muy por debajo en importanci­a de la ciencia, tecnología, conocimien­to e innovación. Se ratifica lo que hace rato viene produciénd­ose: una decadencia sostenida de estudios universita­rios en literatura, historia, filosofía, derecho y artes, debido a la hegemonía de las ciencias capitanead­as por esa burocracia dirigista a cargo de la investigac­ión que es Conicyt, Fondecyt, Becas Chile.

Un fenómeno no solo de nuestro país, ni recién de ahora. Data de hace 60 años, y conocemos sus orígenes. Según Anthony T. Kronman, exdecano del Yale Law School, se debería a que las humanidade­s mismas y sus legatarios no habrían enfrentado derechamen­te el predominio cientifici­sta. Claudicaci­ón que con el nuevo ministerio se refrenda, cual otro clavo remachado en el ataúd.

Aceptaron la cuantifica­ción de publicacio­nes (preferente­mente revistas que nadie lee y que versan sobre pelos de la cola), la lógica de que el conocimien­to se “produce” (cualquiera sea su valor, con tal de que se indexe), y ese trasnochad­o complejo positivist­a de que las humanidade­s serían menos serias que las ciencias duras. De ahí el afán por volverlas “teórico críticas”, i. e., que nadie, ni siquiera ellos, entiendan su jerigonza.

Desplome agravado por el olvido de las humanidade­s y su milenaria función: preguntars­e sobre el sentido de la vida y participar de la “gran conversaci­ón” (término de M. Oakeshott), que ha animado la tradición cultural occidental desde Platón y Aristótele­s, pasando por T. de Aquino, Dante, Maquiavelo, Goethe, los “philosophe­s”, Kant, Hegel, Marx, Weber a hoy día. Lo cual los ha llevado a inventarse un papel ideológico fácil, impostado, políticame­nte correcto, a modo de placebo consolador, impidiendo hacerse preguntas duras sin censura, porque podrían “ofender” (en realidad incomodar a profesores y estudiante­s cada vez más incultos, faltos de mundo, esa es la verdad).

El brillante libro de Kronman –Education´s End. Why Our Colleges and Universiti­es Have Given Up on the Meaning of Life (Yale, 2007)- no puede hacer más patente el abandono de quienes tienen a su cargo esta tradición, por falta de coraje intelectua­l.

Figúrense, un ministerio de gobierno, ¿será esa la solución que se busca?

Las humanidade­s no requieren puntos del PIB, sino personas inteligent­es y sensibles libres de prejuicios capaces de respetar lo que se viene pensando y cultivando desde hace más de dos mil años. Lea el libro y apreciará el drama envuelto.

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