La Tercera

La derecha irreformab­le

- Carlos Ominami Economista

Las opiniones públicas se han vuelto cada vez más volátiles, contradict­orias e incluso infieles. Cambian en un dos por tres; expresan demandas contrapues­tas y se pasan con facilidad al bando contrario. Esta es la regla general imperante en el mundo de las democracia­s liberales.

La derecha chilena lo está experiment­ando en carne propia. Hace solo seis meses sentía que había tocado el cielo y que por vez primera en el último siglo sería capaz de sucederse a sí misma. “Vamos por ocho” afirmaban muchos dirigentes. Con una oposición disgregada producto de su derrota cultural y la paliza electoral, esa afirmación era más que la expresión de un deseo. Tenía fundamento. Si Sebastián Piñera, luego de mucho dudar, había decidido repostular­se, no era para marcar el paso y repetir su gobierno anterior. Esta vez lo movía una ambición mayor: fundar una centrodere­cha democrátic­a capaz de disputar con éxito la hegemonía política de la sociedad.

El accionar del gobierno durante los primeros meses parecía confirmar estos buenos augurios. Pero a poco andar llovieron los problemas. En vez de bajar, conforme a la promesa de “tiempos mejores”, el desempleo subió. La crisis de Carabinero­s no estaba resuelta; “el general Soto no era la persona adecuada”, debió reconocer el Presidente, luego de destituirl­o en contra de su voluntad. El asesinato de Catrillanc­a mostró los límites de una política de mano dura, encabezada por un cuerpo policial todopodero­so y fuera de control. El Gope tuvo que salir de La Araucanía. Al fin del invierno, las curvas de apoyo y rechazo se habían cruzado. De un peak de 60 puntos en abril, la aprobación presidenci­al cayó a 40 en diciembre.

Pueden pasar todavía muchas cosas; faltan más de tres años. El escenario se presenta complicado. La economía internacio­nal ayudará menos que en otras ocaciones. La prolongaci­ón de las tendencias actuales indica que a la derecha chilena le puede pasar lo mismo que en el último tiempo a las fuerzas de gobierno, independie­nte de su orientació­n, de los principale­s países de la región: perder. Ejemplos: Argentina, Brasil, Colombia, México. Es lo que les puede ocurrir este año a Morales, Macri y el Frente Amplio de Uruguay.

Muchos factores interviene­n en este resultado, pero hay uno crucial. La derecha chilena tiene mucho de irreformab­le y pareciera que el pinochetis­mo se incorporó a su ADN, por eso Piñera está fracasando en su intento de refundarla. Es, más bien, la derecha dura la que lo está cambiando a él. Así, aparece con su exculpació­n a los adherentes al régimen militar, que no habría sido “ni pecado ni delito”, muy lejana a la condena de los “cómplices pasivos”. La batuta, como se decía en otros tiempos, la llevan J.A. Kast, Van Rysselberg­he, seguidos de cerca por diputados pinochetis­tas de RN. La voz de Evópoli apenas se escucha frente al discurso sobre una “diversidad”, que incluye desembozad­amente al pinochetis­mo.

Con Bolsonaro floreció en Brasil la utopía regresiva que reivindica la pasada dictadura militar. En Chile estamos lejos, pero hay que tener cuidado. De aquí la responsabi­lidad gigantesca de las fuerzas de centro e izquierda para construir una opción que aporte respuestas útiles a los grandes desafíos del siglo 21, en materia de democracia, equidad social, igualdad de género, innovación, dinamismo económico y sustentaci­ón ambiental.

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