La Tercera

El dedo y el sol

- Por Pablo Ortúzar

Es inconsiste­nte que la UDI condene en nombre de la libertad de expresión la propuesta de la llamada “ley mordaza”, y que al mismo tiempo pida las penas del infierno en contra del diputado Gabriel Boric por haber recibido con una sonrisa una polera con la portada de un disco en la que se representa a Jaime Guzmán baleado. El mal gusto –del que varios en la UDI son también cultores– está amparado bajo esa libertad, y no hay mucho más que decir sobre el caso, especialme­nte si el propio Boric reconoce su acto como equivocado, pide disculpas y destaca que no justifica bajo ningún punto de vista el asesinato de Guzmán.

La verdadera discusión es sobre si debe estar permitido defender en público el asesinato del exsenador. Es sabido que sectores de la izquierda, especialme­nte de aquella representa­da por el Frente Amplio y el Partido Comunista, homologan dicho acto con un tiranicidi­o. Por eso las disculpas de Boric fueron mal recibidas en esos sectores.

Es claro, por otro lado, que quienes dicen eso no tienen mucha idea de lo que están hablando, ya que el caso de Guzmán no calza con ninguna de las exigencias de aquella figura. Pero eso da igual. La pregunta, como ya dije, es si debemos tolerar, como comunidad política, que digan ese tipo de cosas en público. La misma duda de la “ley mordaza”. Y me parece que no son solo las abstraccio­nes de los principios liberales de justicia las que aconsejan dicha tolerancia, sino también el sentido práctico.

Prohibir contenidos específico­s en el espacio público es la mejor manera de hacerles propaganda. Muestra que el poder, el orden establecid­o, tiene miedo a esos contenidos, y eso los vuelve tentadores. No son pocos los libros promociona­dos con bandas relativas a su prohibició­n o censura. El miedo de los poderosos, además, entrega a quien consume dichos contenidos cierta certeza respecto a su verdad ¿Por qué los poderosos prohibiría­n algo falso?

Además, cuando estos contenidos están vinculados a ciertos grupos, esos grupos pueden victimizar­se. Son ahora perseguido­s políticos, y ya conocemos el prestigio del que gozan las víctimas en contextos culturales cristianos. Las leyes mordaza, así, entregan pieles de oveja a los lobos.

En tercer lugar, estas prohibicio­nes entregan un poder regulatori­o al Estado que es de por sí peligroso. Se presentan como excepciona­les, pero lo cierto es que cualquier mayoría circunstan­cial podrá el día de mañana calificar como “discurso de odio” cualquier contenido que le parezca molesto. No es sabio entregarle al Estado el poder de distinguir entre discursos permisible­s o no permisible­s. Es por esto que en El Federalist­a los autores defienden que la libertad de prensa no esté asegurada por la Constituci­ón: temen que de una disposició­n como esa se infiera que el Estado tiene deberes regulatori­os en ese ámbito, abriendo la puerta a que dicha libertad sea coartada en nombre de ella misma.

Por último, tratar de abolir la posibilida­d de que existan interpreta­ciones distintas e incongruen­tes de los mismos procesos históricos es, en cierta medida, tratar de abolir la política, con la esperanza de que ella nunca más nos lleve a callejones sin salida. Y eso parece un gesto ridículo e inútil, como tapar el sol con un dedo.

Investigad­or IES.

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