La Tercera

Perros de Berlín: pobre pero sexy

- Por Francisco Ortega

Fue en 2008 cuando el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, definió a su ciudad como “pobre pero sexy”. Ocurrió en un discurso, casi al azar, pero esas tres palabras calaron hondo y se convirtier­on en un boca a boca que terminó definiendo los últimos diez años del “GAM de Europa”, como bien dijo un artista local. Pues pobre pero sexy es también una buena definición para Perros de Berlín, el brillante thriller alemán de Netflix y que en una primera y muy superficia­l lectura es fácil de abordar como una versión más B y más europea de esa vaca sagrada que es The Wire, con algunas cosas de The Shield. Claro, en todas hay una ciudad como personaje, hay policías corruptos, hay un caso complicado y el detalle visual de que los protagonis­tas pasan el 80% de la temporada con las caras machucadas por golpes. Como en The Wire, en Perros de Berlín no hay gente bella, hay gente dañada, mala, sin lugar para los buenos.

La serie es además un gran salto en la salud de la ficción televisiva germana. De haberse estrenado un par de meses antes, estaría entre los mejores cinco nuevos dramas de 2018.

Orkam Erdem es el futbolista más destacado de Alemania, pero tiene “un problema”: es turco, y a los supremacis­tas blancos y neonazis eso no les gusta. Un noche amanece muerto y lo importante es mantener el secreto mientras se pueda. El asunto es complicado, ya que al día siguiente, en el estadio Olímpico de Berlín, la selección alemana juega contra Turquía y no son pocos los que creen que detrás de la muerte está la mafia turca, que no le perdona trabajar para el enemigo. En una movida política, la alcaldía de Berlín crea la unidad Tarjeta Roja, una fuerza policial dedicada en exclusiva a investigar el caso, la que estratégic­amente está liderada por Kurt Grimmer (Felix Kramer), un agente con pasado neonazi que busca la redención; y Erol Birkam (Fahri Yardim), un detective de origen turco, gay e idealista, pero con antecedent­es como rapero de bandas criminales. Entre medio, la FIFA que no quiere escándalos, Berlín que pretende continuar pobre y sexy, mafias de todo el mundo y líos empresaria­les que alcanzan a Chile. Exacto, en el capítulo siete, la acción se traslada a Santiago, con vínculos entre el empresaria­do futbolero corrupto de Alemania y nuestra ANFP. Ojo, hay un cameo del Costanera Center.

Pero lo mejor se centra en los personajes. El primer capítulo es brillante, una clase de lo que es escribir buena televisión; mucho ojo con el futuro de Christian Alvart, creador y guionista. Seguimos a Grimmer desde que descubre el cadáver de Erdem y se las ingenia para quedar a cargo de Tarjeta Roja. Lo vemos cuidando los hijos de una chica rubia adicta al sexo y llevando una vida de mierda, más cuando aparece su madre y hermano, miembros de un grupo neonazi. 40 minutos en los que el personaje parece no tener salida. Entonces, el giro sorpresivo, cinco minutos antes del final, y nada era lo que creíamos, Grimmer estaba muy lejos de ser una pobre ave.

Cada uno de los diez capítulos se arma como un rompecabez­as de antiturism­o hacia la ciudad, una cloaca de autoridade­s mentirosas y policías corruptos. La olla a presión esta hirviendo. Los inmigrante­s molestan demasiado y se llevan nuestros trabajos y nuestro deporte, no queda otra que pararlos a balazos. Perros de Berlín construye arte con el lugar común del personaje, partiendo y terminando en la excusa de que el deporte más bello del mundo es en realidad un nido de mafiosos y asesinos. ¿Busca una buena serie que nadie está viendo? Dele play a esta. No se va a arrepentir. Ni tan pobre, ni tan sexy. Esa es la gracia.

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