La Tercera

UN DISCUTIBLE ACUERDO TRIBUTARIO

Reintroduc­ir la “integració­n” se hace inútil si, junto con ésta, se elevan las tasas del Global Complement­ario, como exige la oposición.

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Las condicione­s de la oposición para aprobar la propuesta tributaria oficial -recaudació­n constante y no beneficiar a los actuales inversioni­stas en empresas en el régimen de “integració­n parcial”restan interés a la reforma, porque resulta improbable que por esa vía se pueda estimular la inversión activament­e.

Por la propuesta de “integració­n” tributaria, el 100% de los impuestos ya pagados por la empresa sobre sus utilidades se considerar­ía pago anticipado del Impuesto Global Complement­ario (IGC), que grava al accionista al retirar utilidades. Se busca reducir la tasa de tributació­n total aplicada a los ingresos de quienes viven de rentas generadas por las empresas que hoy tributan en el régimen de “integració­n parcial”, pues es esa tasa final la que determina su interés en invertir. Subir esa tasa final de tributació­n (de 40% a 44,5%), como hizo el gobierno anterior, frena la inversión hasta que la “escasez” de capital hace reaparecer proyectos tan rentables que, a pesar de los mayores impuestos, se reanuda la inversión. La administra­ción pasada sufrió la gran parte de ese ajuste, ante los mayores impuestos que introdujo. Sin duda, un paso equivocado, pues según los expertos en finanzas públicas (Mirrlees, 2010), la mayor recaudació­n tributaria lograda es pagada por los trabajador­es, un paso atrás en lo distributi­vo.

El ejercicio de reintroduc­ir la “integració­n” se hace inútil si, junto con ésta, se elevan las tasas del IGC como exige la oposición. Por la vía de establecer un nuevo tramo en la escala del IGC sujeto al 35%, y una tasa más alta para las “súper” rentas que exceden el límite superior del nuevo tramo, se puede replicar el sistema actual en términos de tasa final de tributació­n para quienes están hoy en el régimen de “integració­n parcial”. Pero, por satisfacer así las condicione­s de la oposición, se perdería el efecto sobre la inversión. Ya el país no volvería al recorrido de crecimient­o pre Nueva Mayoría (NM) y, por lo tanto, tampoco se lograría revertir la caída de remuneraci­ones que introdujo la reforma tributaria de entonces.

Se ha insinuado la alternativ­a de compensar las pérdidas de recaudació­n de la “integració­n” propuesta, subiendo de 35% a 40% la tasa más alta en el IGC. Pero esto significar­ía incrementa­r la tasa final de tributació­n -respecto del nivel en que la dejó la NM- a todos los inversioni­stas que derivan sus ingresos de empresas hoy sujetas al sistema de “renta atribuida” (RA), quitando incentivos para invertir en este segmento. Eso no ha de ser deseable para el gobierno, ni menos para los empresario­s tributando según RA.

El error tras la reforma tributaria de la NM fue suponer que gravaría a los inversioni­stas que representa­n el “1% más rico” del país, siendo técnicamen­te predecible que su impacto sería sobre las remuneraci­ones de los trabajador­es. El gobierno no debería transar lo esencial de su propuesta -que es reducir la carga tributaria de todos los inversioni­stas- para, vía inversión, restituir a los trabajador­es sus remuneraci­ones perdidas y la credibilid­ad de una institucio­nalidad para el crecimient­o.

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