De Kast a Kast
Es interesante el debate que se está dando en la derecha. Como toda coalición que se constituyó en una mayoría electoral, la que se ve obligada a ampliar sus fronteras y que por lo mismo debe cobijar diferentes miradas en su interior, comienzan a surgir muchas diferencias, las que no siempre parecen posibles de converger bajo un mismo techo ideológico.
La entrada en escena de Evópoli fue sin duda un estímulo interesante para esta discusión. Con un elenco que bajó de manera consistente el promedio de edad, esta blonda versión de la otrora patrulla juvenil logró un muy merecido lugar en el Congreso, el que acompañó con propuestas y ejes que fueron rigurosamente trabajados. Se trata del grupo más sofisticado al interior de la derecha por lo mismo son minoría, si se me permite el sarcasmo-, el que ha intentado rescatar una visión liberal, moderada y democrática para su sector, expandiéndose hacia personas y grupos que no votaban por la derecha tradicional.
Esa derecha tradicional que conforman RN y la UDI, donde las antiguas diferencias comienzan a ceder en favor de una amalgama, donde solo sobreviven pequeños matices; haciéndose fuerte entre sus dirigentes y congresistas una corriente que recupera el conservadurismo en lo valórico, la beligerancia política, y que incluso asoma rasgos autoritarios a resultas de la reivindicación que se hace de Pinochet y su dictadura. Es cierto que los respectivos timoneles de ambos partidos contribuyen a exacerbar esta simbiosis, la que en el largo plazo podría ser un mejor negocio para los gremialistas, pues se trata de un terreno conocido y transitado.
Pero la irrupción de una fuerza política de extrema derecha terminó por desordenar el escenario. El gran mérito de José Antonio Kast es representar y dar voz a un conjunto de personas, ideas y sentimientos que considerábamos marginales, cuando no desaparecidos. Sin duda que se trata de la expresión más básica de la política, la que –como suele ocurrir con los populismos- lejos de constituirse en un cuerpo de ideas coherentes y consistentes, echa mano al clamor de una parte de la población, por la vía de identificar la frustración y rabia de quienes se sienten excluidos o avergonzados de decir lo que sienten o piensan. Y así se abandona la corrección política y se reemplaza por la brutalidad verbal, la que sin embargo puede ser formulada de manera pausada y sin perder la compostura.
Y, entre medio, no olvidar a aquellos transversales personajes cuyo valor político nada tiene que ver con su militancia, sino con atributos que también entrarán a terciar en este debate; como son el sentido práctico y adaptabilidad de Lavín, la simpleza e instinto de Ossandon, o el favoritismo de una elite por Moreno.