La Tercera

En Chile no pasan esas cosas

- Por Daniel Matamala Periodista.

Está jodido Perú. Fíjense que en la víspera del Año Nuevo el fiscal nacional destituyó a los persecutor­es Pérez y Vela, que investigab­an el caso Odebrecht. Un manto de impunidad caía así sobre esa trama de corrupción que involucra a empresario­s y políticos de distintos partidos.

Ay, Perú. País subdesarro­llado, corrupto, con institucio­nes débiles.

Por suerte en Chile no pasan esas cosas. Aquí habría sido inimaginab­le que los fiscales que develaron el esquema de platas ilegales en la política hubieran sido apartados de sus investigac­iones. ¿Los fiscales Gajardo y Norambuena fuera del Ministerio Público por investigar demasiado? ¡Imposible! En Chile no pasan esas cosas.

Aquí sería impensable, por ejemplo, que la Presidenta de la República hubiera intervenid­o el Servicio de Impuestos Internos para que este no se querellara y así frenar las investigac­iones de platas políticas. ¡Ni pensarlo! O que intentara designar notario al fiscal que había indagado el caso Caval que involucrab­a a su familia. ¡Cómo se les ocurre!

No sean majaderos. Si ya lo aclaró Enrique Correa: en Chile no hay corrupción, hay “maneras informales de financiar la política”.

Por algo somos los ingleses de Sudamérica, los suizos del Cono Sur, los jaguares del hemisferio. Las institucio­nes funcionan, como decía don Ricardo. Y cuando alguien viola las normas, ¡ay de él!

Si no me cree, vea el caso de los tragamoned­as. En intercepta­ciones telefónica­s captadas en 2017, aparecen evidencias de plata negra en campañas políticas de oficialism­o y oposición. El cuñado y asesor de la actual diputada Érika Olivera le asegura al entonces presidente de la asociación de tragamoned­as que “la Érika estaba muy contenta” y que “tenemos un voto asegurado pa’ la legalizaci­ón” de los casinos clandestin­os. El hijo del entonces candidato Nelson Hadad incluso da a un financista instruccio­nes específica­s sobre cómo violar la ley electoral (“yo se lo paso a mi viejo, mi viejo lo deposita y se acabó”).

La justicia será implacable, acuérdense de mí. Claro, es cierto que la ley aprobada por los mismos parlamenta­rios dice que sin querella del Servel no se puede investigar el financiami­ento ilegal de cam- pañas, y que el Servel –cuyos directores son ratificado­s por esos parlamenta­rios– ya decidió no querellars­e en este caso.

También es verdad que, a diferencia de cualquier otra infracción que cometa un ciudadano común, estos delitos prescriben tras solo 24 meses (o sea, a fines de este año). Y que el fiscal que ordenó intercepta­ciones y allanamien­tos fue removido del caso tras recibir el informe de la PDI que daba cuenta de “fraude al Fisco, tráfico de influencia­s, cohecho, defraudaci­ones, financiami­ento ilegal de campañas políticas y asociación ilícita”.

Pero en Chile no pasan esas cosas. Y cuando pasan, son severament­e castigadas, sin importar si los culpables son personas poderosas. Todo el peso de la justicia caerá sobre ellos, tal como ocurrió con la colusión de las farmacias, los pollos y el confort, Caval, Penta, SQM y los abusos de O’Reilly y Karadima, casos todos en los cuales, como es sabido, sus responsabl­es purgan severas penas de cárcel.

Aquí sería impensable que un senador como Iván Moreira, confeso de haber recibido plata ilegal de un grupo económico, no solo quedara libre y sin castigo judicial, sino incluso siguiera sentado en el Senado. Mucho menos, que los dueños de Penta, líderes de una trama de evasión de impuestos y platas negras a políticos, terminaran sancionado­s con clases de ética. O que el propietari­o de Corpesca, tras descubrirs­e los millonario­s pagos a parlamenta­rios que seguían las instruccio­nes de su empresa, fuera galardonad­o por el Diario Financiero como “Mejor Empresario” del año.

Eso solo pasa en republique­tas. En países en que las institucio­nes son manipulada­s por la élite para su propio beneficio. En que tener poder garantiza impunidad, incluso ante los delitos más graves y las evidencias más contundent­es.

Ustedes saben, países como Perú. Donde, para terminar la historia, la destitució­n de los fiscales provocó una ola de protestas en todo el país. El Presidente de la República volvió de emergencia de una visita a Brasil para enfrentar la crisis. Y, tras 48 horas, el fiscal nacional debió echar pie atrás, y los persecutor­es Pérez y Vela fueron repuestos en sus cargos para seguir investigan­do la corrupción.

Eso sí que no pasó en Chile.

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