La Tercera

Cancha, tiro y lado

- Rolf Lüders Economista

Afines de 1958, el movimiento liderado por Fidel Castro llegó al poder en Cuba. Deseaba reemplazar la imperfecta democracia liberal pre-Batista y su defectuosa economía de mercado, por una dictadura y una economía centraliza­da al estilo soviético. Y luego quería enfrentar al imperio yanqui para inducir similar transforma­ción a nivel planetario.

Quince años más tarde, Chile, un país que en 1958 tenía caracterís­ticas socio-económicas similares a las de Cuba, iniciaba su propia revolución, con el objetivo de instaurar una economía social de mercado, que le diera sustento a una democracia representa­tiva. Sin duda, estas dos experienci­as invitan a una comparació­n de resultados.

Supondremo­s que el objetivo de ambos países es lograr el bien común, o sea, permitir que todos los ciudadanos se puedan realizar plenamente. Cuba lo está tratando de lograr mediante un régimen totalitari­o, que asigna centraliza­damente los recursos y que propende a igualar los ingresos. En el proceso coarta la libertad y desincenti­va el trabajo, la inversión, y la innovación tecnológic­a. Chile, en cambio, optó por una democracia representa­tiva y una economía de mercado, en que el Estado juega un rol subsidiari­o. El sistema privilegia la libertad individual y genera los incentivos para el progreso material general, pero puede inhibir la inclusión.

Pues bien, de acuerdo a datos de Maddison, el PIB per cápita de Chile en 1950 era 1,26 veces aquél de Cuba; en cambio, en 2015, último año de la serie de datos correspond­iente, lo era de 2,71 veces. Al respecto, Venezuela -que ha tendido hacia un régimen socio-económico y político similar al cubano- tuvo a mediados del siglo pasado un PIB por persona un 60 por ciento superior al chileno, en cambio ahora apenas llega al 40 por ciento del mismo.

Pero el PIB no lo es todo. Chile está en el lugar 44 (y baja solo una posición si se ajusta por distribuci­ón del ingreso) y Cuba en el 73 del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 2018, que considera además otros indicadore­s sociales. Chile tiene una esperanza de vida casi idéntica a la de Cuba, pero años de educación esperados más de un 10 por ciento superiores y relativame­nte parejos por niveles de ingresos (Cruces, García y Gasparini, 2011).

Es decir, el sistema socio-económico y político adoptado por Chile le está permitiend­o a sus ciudadanos, al contrario de lo que sucede en Cuba, gozar de altos grados de libertad individual y de bienestar material, al mismo tiempo que tener condicione­s de salud y educación incluso algo superiores a aquellas imperantes en la isla.

No es de extrañar, entonces, que el indicador de Naciones Unidas nos clasifique en el lugar 25 del mundo en materia de felicidad.

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