La Tercera

El riesgo de la demagogia punitiva

- Jorge Burgos

Parto esta columna manifestan­do mi convicción de que no tiene justificac­ión ni la petición de renuncia, ni una acusación constituci­onal en contra del ministro de Interior, Andrés Chadwick. Lo primero, porque, más allá de la facultad exclusiva del Presidente de otorgar o quitar confianza a sus secretario­s de estado, y del legítimo derecho que poseen quienes piden la renuncia, no parecen haber buenas razones para que ello ocurra.

Por cierto que las consecuenc­ias políticas de los hechos que terminaron con la vida del jo- ven comunero mapuche, investigad­os como homicidio por decisión de la Justicia, han significad­o consecuenc­ias gravísimas y en desarrollo. Sin embargo, me parece que el ministro, hoy en tela de juicio, ha actuado con honestidad, particular­mente frente a las mentiras que funcionari­os policiales argumentar­on para esconder los hechos reales. Una mala respuesta, a propósito de una declaració­n como testigo ante un fiscal, no es causal justifican­te para defenestra­r. Menos si aquel ha representa­do vocación de diálogo y búsqueda de acuerdos.

Tampoco comparto la existencia de causal que justifique la presentaci­ón de una acusación constituci­onal. Bien han hecho los exclusivos titulares de esa acción en darse un cuarto intermedio destinado a pedir opinión jurídica, a lo que denominan un “conjunto de los más destacados juristas“; si son tan destacados, difícilmen­te podrán concluir la procedenci­a de la acusación.

Dicho todo lo anterior, me aboco al tema del título de esta columna. La demagogia punitiva es, a mi juicio, el ofrecimien­to, en tiempos de campaña o cuando se está al lado del mostrador que correspond­e a la oposición, de soluciones fáciles, simples, para problemas complejos. Éstas, por lo demás, caen en tierra fértil a la hora de buscar adhesiones políticas; muchos, agobiados con situacione­s de insegurida­d, prestan oídos, y luego vienen las decepcione­s. En el acuciante problema que tenemos como Estado en la macrozona de La Araucanía, debe estar lo más lejos posible de todo populismo punitivo.

Sostener, cuando se está en la oposición, que si llegas al poder se acabará la mano blanda, invocarás tupido y parejo la ley antiterror­ista, y no te temblará la mano para declarar estados de excepción, no sirve de nada; no solo porque no lo cumples, sino porque produce profunda decepción en los que te creyeron.

Solo la persistenc­ia seria de políticas públicas que den seguridad, que disminuyan los altos grados de impunidad, constituye­n el derrotero posible. Por cierto que, paralelame­nte a ello, es indispensa­ble crear las condicione­s para un diálogo que dé cuenta de soluciones factibles en el tiempo, y permitan construir un sentido de pertenenci­a común hoy puesto en duda.

La tarea no es simple, pues nadie de los que hemos sido gobierno en estas últimas décadas está en condicione­s de dar lecciones absolutas; estamos más bien al debe que al haber, más razón para escuchar, para proponer y descartar imponer. Hoy, desde la oposición, no repitamos lo que hicieron los opositores de ayer; salgamos de ese círculo por cierto no virtuoso.

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