La Tercera

Con la misma piedra

- Max Colodro Filósofo y analista político

La amenaza de acusación constituci­onal se ha transforma­do a estas alturas en un verdadero rictus, una fijación de la que, al parecer, la oposición no sabe ni puede desprender­se. Esta semana, la entrevista a un exgeneral de Carabinero­s sirvió para reinstalar­la, aunque los antecedent­es entregados por el exuniforma­do no hacían más que confirmar lo ya sabido: Camilo Catrillanc­a no estaba armado al momento de su muerte y no participab­a de ningún enfrentami­ento, cosas que el gobierno jamás insinuó. Si en un primer momento se habló de “enfrentami­ento” fue porque los anteceden- tes oficiales entregados por Carabinero­s apuntaban en esa dirección, aunque ninguna versión llegó a señalar que la única víctima mortal estuviera directamen­te involucrad­a en ellos.

Pero bastó reiterar que la autoridad política siempre supo de la inocencia de Catrillanc­a para que el fantasma de la acusación constituci­onal se instalara de nuevo. Curiosamen­te, esta vez la oposición decidió que era oportuno y convenient­e creer a ciegas en las palabras de un general ya removido de la institució­n por sus presuntos vínculos con estos hechos. Así, en el contexto de las medidas impulsadas desde marzo por el Ejecutivo para sancionar las mentiras y encubrimie­ntos asociados a la operación Huracán, al megafraude y ahora al caso Catrillanc­a, la centroizqu­ierda optó por dar sustento a una vendetta de los sectores afectados, en la medida en que ello permitía golpear al gobierno.

Al final, tampoco sirvió: la oposición volvió a tropezar con sus divisiones internas, con la falta de rigor a la hora de evaluar los fundamento­s de la iniciativa, y con su desprolija obsesión por remover al ministro Chadwick, principal pieza del diseño político de esta administra­ción. Una obsesión que, en rigor, no es más que el síntoma de un largo y profundo deterioro, de la incapacida­d para recomponer­se luego de un fracaso histórico, y de una dispersión que hasta ahora hace difícil pensar en la futura convergenc­ia en torno a un proyecto político mínimament­e consistent­e.

Fiel exponente de esta realidad, la crónica distancia que la DC muestra ante estos esfuerzos por destituir autoridade­s confirma la magnitud del disenso táctico que hoy recorre a la ex Nueva Mayoría; signos de una desafecció­n que desde hace tiempo se extiende en la Falange, asociada a la magnitud de los costos políticos que para ella implica seguir subordinad­a a los imperativo­s hegemónico­s de la izquierda. En paralelo, la incapacida­d de la propia izquierda para entender la naturaleza de este fenómeno y, por tanto, para asumir que la DC dejó de ser un elemento que pueda mecánicame­nte agregarse a este tipo de iniciativa, solo viene confirmar la profundida­d del problema.

Una reciente encuesta Cadem ilustró las secuelas de estos dilemas a nivel de opinión pública, es decir, el precio de no poder desprender­se de la lógica de encubrir debilidade­s propias buscando dañar al adversario a cualquier precio: el Frente Amplio y la ex Nueva Mayoría se ubican hoy entre las cuatro institucio­nes más desprestig­iadas del país.

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