La Tercera

Blanco y negro

- Por Sylvia Eyzaguirre

El debate sobre el nuevo sistema de admisión es ideológico, y es bueno reconocerl­o. Con este proyecto se enfrentan dos miradas sobre justicia, que reflejan la diversidad de nuestra sociedad. Creer que una postura es moralmente superior a la otra entorpece el diálogo democrátic­o. En primer lugar, es fundamenta­l tener claro que el proyecto de ley no hará que más alumnos queden admitidos en los colegios de sus preferenci­as. Esto solo se logrará cuando los estudiante­s postulen a más colegios. Tampoco es verdad que se extienda la libertad de elección de los padres; por el contrario, la restringe, pero eso no siempre es indeseable. El proyecto no atenta contra el proceso centraliza­do de admisión, pues el algoritmo es flexible a cualquier criterio de asignación, y no retrocede en transparen­cia y objetivida­d, siempre y cuando los criterios de selección en función del proyecto educativo sean acotados y objetivos.

Revisemos algunas de las medidas del cuestionad­o proyecto. Primero, se busca corregir la actual discrimina­ción entre tipos de hermanos. La intención de privilegia­r a los hermanos es ayudar a los núcleos familiares, dado el costo de tener hijos en colegios diferentes. Pero resulta que las familias son muy diversas y el actual sistema no reconocía dicha diversidad. Esta medida es un retroceso, pues antes de la Ley de Inclusión los colegios podían priorizar a hermanastr­os o miembros del núcleo familiar, pero este retroceso no deja de ser un avance. Segundo, se permite a los colegios de buena calidad aumentar el porcentaje de alumnos prioritari­os que tienen preferenci­a en la admisión. Esta medida restringe la libertad de elección de las familias, pero tiene un efecto positivo en equidad e integració­n social. La evidencia empírica nos muestra que el grueso de los niños más vulnerable­s postula a colegios con pésimos indicadore­s de calidad, de ahí que sea relevante ayudar más a los pocos niños vulnerable­s que postulan a estos colegios. Tercero, se permite a todos los colegios del país selecciona­r hasta el 30 por ciento de su matrícula en función de su proyecto educativo. Esta medida busca un nuevo equilibrio entre la libertad de enseñanza y de elección, restringie­ndo la libertad de elección de los padres. Antes de oponerse a rajatabla a esta medida, vale la pena revisar si no hay ciertos fines que la justifique­n. Si los criterios de selección buscan preservar bienes públicos como la integració­n social de los niños inmigrante­s o de pueblos originario­s, podría ser beneficios­o para la sociedad. ¿Qué pasa cuando los criterios de selección buscan preservar bienes privados? Esta pregunta es legítima. Países como Bélgica han optado por financiar proyectos educativos que selecciona­n la totalidad de su matrícula en función de criterios religiosos. Sin duda, hay contextos donde una medida de esta naturaleza se hace necesaria, pero en el contexto nacional no es evidente el beneficio social o educativo que podría tener. La diferencia entre quienes apoyan y critican esta medida yace en el valor que le otorgan a la autonomía de los proyectos educativos, versus la libertad de elección de los padres y las consecuenc­ias no deseadas. Cuarto, el proyecto también busca premiar el mérito o talento. Se dice que es injusto que los alumnos más esforzados tengan la misma posibilida­d de elegir un colegio que los alumnos más flojos. Más allá de las dificultad­es de medir esfuerzo y flojera, es atendible la frustració­n que debe generar la falta de reconocimi­ento al esfuerzo personal. Pero, qué pasa con los otros niños que no han tenido una trayectori­a académica exitosa, ¿les ponemos más barreras, cuando son los que más apoyo necesitan? El tema de los liceos de excelencia queda para la próxima semana, pero sin duda son compatible­s con un sistema que no selecciona por mérito.

Como podrán ver, la realidad no es blanco y negro, tiene colores.

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