La Tercera

Los números del primer año del pacto Corfo-SQM

- Alejandro Ferreiro Director de Espacio Público

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Para recuperar la confianza ciudadana en las institucio­nes públicas, responder con razonable eficacia a demandas sociales que crecen en número y complejida­d, y optimizar el uso de los recursos públicos en tiempos de mayores restriccio­nes fiscales, Chile necesita un mejor Estado. Si bien subsisten en el mundo político naturales discrepanc­ias acerca del rol y tamaño del Estado, pocos dudan de la crucial importanci­a de mejorar el desempeño del que hoy existe.

Gobiernos cortos sin reelección requieren, cualquiera sea su signo, responder a las expectativ­as ciudadanas, movilizand­o con agilidad y eficacia al aparato público. Una ciudadanía conectada, impaciente y demandante, desafía al límite a un Estado que, en muchas dimensione­s, parece responder a estructura­s y formas de funcionar más propias del siglo pasado que del actual.

Por cierto, las fallas del Estado no duelen a todos por igual. Algunos pueden escapar de la salud o educación estatal, o incluso de la seguridad pública, recurriend­o a la oferta privada y pagando por ella. Pero la gran mayoría depende exclusivam­ente de lo que el Estado ofrece. Un mejor Estado, entonces, conduce a una sociedad más equitativa. Por otro lado, todo discurso populista se nutre de la combinació­n entre frustracio­nes sociales y desconfian­za en las institucio­nes de la democracia representa­tiva. La ineficacia estatal es, por tanto, su mejor aliada.

¿Por qué, entonces, los esfuerzos por mejorar la gestión pública no han tenido la prioridad que merecen? ¿Por qué la inercia le gana al cambio, pese al aparente acuerdo transversa­l acerca del diagnóstic­o y las principale­s vías de solución? En efecto, se han acumulado ya suficiente­s estudios de expertos vinculados a centros de estudios de diversa orientació­n política, que parecen dibujar una hoja de ruta esencialme­nte compartida para abordar temas complejos, pero ineludible­s, como la reforma al empleo público, gestión de tecnología­s de informació­n y transforma­ción digital en el Estado, coordinaci­ón intersecto­rial, evaluación de impacto de políticas públicas, mayor transparen­cia fiscal, flexibilid­ad organizaci­onal, etc.

Por cierto, un proceso de cambio mayor será desafiante. Habrá que amarrar acuerdos políticos amplios, pero, a la vez, concretos. Será necesario involucrar y entusiasma­r a los trabajador­es del sector, así como a los ciudadanos, a quienes se debe la gestión pública. El gobierno deberá dedicar tiempo y esfuerzo que suele asignar a otras tareas, en tanto la oposición deberá preferir el apoyo a la crítica. No cabe, pues, subestimar las exigencias que impone un proceso de reforma de envergadur­a. Pero la magnitud del esfuerzo palidece, frente a lo que Chile se juega al tener un Estado competente o mediocre; apreciado o cuestionad­o por la ciudadanía; íntegro, o permeable a la corrupción. Pocos ámbitos se ofrecen mejor para un acuerdo nacional, en que todos ganan, que aquel que ponga al Estado a la altura de las expectativ­as sociales y de las posibilida­des tecnológic­as de hoy.

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