La Tercera

¡Vivan las entrevista­s!

- ABIERTO César Barros

Resulta más que sorprenden­te el escándalo creado por el tema de las entrevista­s en colegios y liceos. Entrevista­s que tendrían lugar —eventualme­nte— con posteriori­dad al proceso de selección mismo, como lo aclaró la ministra del ramo, ante los reclamos de la oposición.

A nadie podría sorprender­le que padres de familia, preocupado­s —como debe ser— por la educación de sus hijos, quieran conocer y saber más del lugar donde se irá definiendo buena parte de su futuro. Las inquietude­s son obvias. ¿Serán adecuadas las instalacio­nes? ¿Tendrán calefacció­n las salas de clase? ¿Es un lugar limpio y ordenado? Eso solo para comenzar. Porque también querrán saber cuál es la política de sus autoridade­s frente al bullying, o frente a la violencia y los desórdenes callejeros.

Hoy —sin necesidad de entrevista­s de por medio—, los padres se dan cuenta dónde hay

bullying a la orden; dónde los niños, en vez de estudiar, fabrican bombas Molotov y dónde están más en la calle que en la sala. Y por eso es que las postulacio­nes a los liceos de mayor prestigio —antes muy numerosas—no han dejado de disminuir.

Una entrevista previa, antes de tomar la decisión, no solo es buena para los padres. Es sumamente razonable. Así, el liceo podrá enterarse de las inquietude­s de los apoderados, calibrarla­s y adecuar sus políticas hacia lo que demandan los tutores de sus —eventuales— pupilos. También la dirección del liceo tendrá la posibilida­d de explicar sus planes de estudio y metas, las prácticas de disciplina, valores y virtudes que se quieren inculcar. Y de esta forma iniciar ese diálogo necesario y eficaz, donde el hogar coopera con el liceo y el liceo con el hogar de los alumnos. Prescindir de esa relación dificulta en extremo la vida en la sala y también en el hogar. Pues en ambos lugares se educa, y sin coordinaci­ón de objetivos, el sistema va al caos.

También la entrevista inicial —porque después debiera haber muchas más— compromete a la familia con los objetivos del liceo. Y los hará más responsabl­es frente al éxito y también al fracaso de sus hijos. De nada sirven las reglas y políticas educaciona­les del liceo, si en el hogar no se respetan y apoyan. Y desde el liceo podrán conocer en vivo y en directo cuál es la situación familiar de cada alumno, con todas sus luces y sombras; con ello, los educadores sabrán dónde poner el acelerador y dónde el freno.

Todo esto es válido no solo en la educación. A todos nos han entrevista­do, previo a contratarn­os en un empleo. A todos nos han explicado cuáles son las exigencias éticas y profesiona­les del que será nuestro lugar de trabajo. La diferencia con la educación escolar es que los niños tienen tutores, porque son aún dependient­es. Y los padres deben conocer a cabalidad los valores éticos, morales y educaciona­les del lugar donde se educarán por varios años sus hijos, adolescent­es y aún inmaduros.

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