La Tercera

Fiscalía formalizar­á a Nicolás López y no perseverar­á con Herval Abreu

- Gonzalo Cordero Abogado

Escribir una gran novela tiene un valor incalculab­le, pero, además, dar con un título que anticipe su profundida­d amplifica el talento de la prosa. En Sobre héroes y tumbas, Sábato anuncia en el título la profundida­d de la reflexión que viene. Los héroes encarnan los valores que sostienen una sociedad; en las tumbas se representa el juicio a nuestra historia. Los personajes de la Ilíada expresan el ideal de los antiguos griegos y basta visitar la tumba de Napoléon para comprender la vocación nacional de Francia.

Cuando un pueblo deja de tener héroes comunes y de peregrinar a las mismas tumbas es que se ha fracturado y que el quiebre se interna en sus entrañas. Es muy distinta una sociedad plural, con diferentes proyectos que postulan la mejor manera de realizar ideales comunes; con otra en que coexisten grupos que disputan en medios y en fines. En este segundo caso, incluso la democracia es amenazada, porque ella es una buena forma de resolver las disputas sobre los medios, siempre que exista acuerdo respectos de los fines.

Recienteme­nte han hecho noticia dos delincuent­es: el asesino de Jaime Guzmán, que logró eludir la justicia por el asilo que le dio Francia; y el asesino del cabo de Carabinero­s Osvaldo Reyes Reyes, de 28 años, que gracias a la prescripci­ón de la pena pudo volver a Chile impune. Ambos se fugaron de la cárcel donde cumplían condena, en el famoso escape en helicópter­o, y sobre ambos se ha tejido un aura de aventurero­s, “personajes de película”, cuya proeza es la impunidad alcanzada venciendo el poder formal de la sociedad y de sus normas. Casi todas las notas de prensa referidas al regreso del homicida del cabo Reyes hablan solo de que éste dio muerte “a un carabinero”, una persona indefinida que no merece siquiera el recuerdo de su identidad. Es que un cabo de Carabinero­s no es una víctima “cool”.

Así, como en el título de la novela de Sábato, los chilenos nos enfrentamo­s a dos “héroes” y a dos tumbas. Para mí, los héroes son los que murieron injustamen­te, uno por sostener sus conviccion­es en el debate público, en las institucio­nes democrátic­as; el otro, por cumplir su juramento de defender la ley hasta rendir la vida si fuere necesario. Para otros, parecen ser los fugados, los que escatimaro­n la justicia, los que sonríen con el puño en alto y expresión de triunfo.

Creo -y quiero creer- que todavía somos amplia mayoría los que admiramos al mismo tipo de héroes y honramos las mismas tumbas, pero el silencio ominoso sobre el nombre del cabo Reyes, esa frivolidad de algunos para convertir al delincuent­e en aventurero, y darle un germen de heroísmo, es una campanada de alerta. Algo se está fracturand­o nuevamente; se atisba en los héroes y las tumbas.

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