La Tercera

¿Cuánto vale el show?

- Por Daniel Matamala

“Si no puedes convencerl­os, confúndelo­s”. La frase es de Harry Truman, pero quien la elevó a rutina de acción política es otro inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, con 8.459 mentiras en dos años de mandato, según el paciente conteo del Washington Post.

Su receta funciona así: identifica un problema, ignora la evidencia, desautoriz­a a los expertos oponiéndol­os a un supuesto “sentido común”, y ofrece una falsa solución, aderezada con muchos fuegos de artificio.

En febrero, el mes de los experiment­os en Chile (desde el Transantia­go hasta los tiros libres sin barrera), la ministra de Educación está experiment­ando esa receta trumpista.

Recorrió 26 comunas en dos semanas, de Antofagast­a a Puerto Montt. Pero el lugar da lo mismo, porque todas las historias que relata Marcela Cubillos son iguales. Tuiteo a tuiteo, nos cuenta que en La Serena “apoderados reclaman que les quitaron derecho a elegir”. En Antofagast­a, “quieren recuperar derecho a elegir educación de sus hijos”. En Coquimbo una madre “reclama, y con razón, que le quitaron el derecho a elegir el colegio de su hija”.

El problema real es que ciertos colegios tienen más demanda que oferta. Un mecanismo matemático (“algoritmo”) permite que el 59% de los estudiante­s sea admitido en su primera opción, y el 82% en alguna de sus preferenci­as.

Siguiendo la receta, la ministra ignora esas cifras y se reúne solo con apoderados descontent­os. “Se debe escuchar más a los padres y quizás menos a los expertos”, dice, pero su gira de verano es sorda a la realidad de la mayoría de las familias, que sí quedó en su colegio preferido. A los especialis­tas que se atreven a disentir, como la investigad­ora del CEP y ex integrante del equipo de Piñera, Sylvia Eyzaguirre, se les ataca.

En este show, todo vale. Se inventa que los apoderados tendrían prohibido pedir entrevista­s en su liceo. La ministra de Educación valida que los padres no envíen a sus hijos a la escuela: “se niegan a matricular­los en el colegio que el Estado les está asignando, y con razón”, dice.

Se habla una y otra vez de una ine- xistente “tómbola”. “La tómbola es el peor de los sistemas”, dijo en su campaña el Presidente Piñera, y su franja presentaba a niños sometidos a una ruleta para conocer su colegio. “Chambonada”, llamó a aquel spot su ex ministro de Educación Harald Beyer. Pero, ya lo sabemos, a los expertos no hay que escucharlo­s. Parlamenta­rios oficialist­as pasean una ruleta de casino por el Congreso, y lanzan un sitio web: “Víctimas de la tómbola”.

Finalmente, la solución: “devolver a los padres el derecho a elegir”. Un eslogan mentiroso. Ese derecho nunca se les ha quitado, y Admisión Justa hace exactament­e lo contrario: entrega más poder para elegir a los colegios, no a las familias.

Oscurecido por todo este show queda un proyecto debatible, que cambia los criterios de selección cuando hay más demanda que oferta, incluyendo aspectos como el rendimient­o académico. Expertos como Arturo Fontaine y Sergio Urzúa han entregado importante­s datos a favor de la selección en colegios emblemátic­os. Pero en vez de abrazar esa evidencia, el gobierno eligió promover un proyecto razonable usando argumentos absurdos y falaces.

Es que cambiar el criterio de admisión es perfectame­nte discutible; ofrecer un sistema mágico en que todos queden en su colegio favorito es, en cambio, demagogia pura y dura. Si un liceo tiene 100 postulante­s para 50 cupos, la mitad no podrá entrar. Podemos elegirlos al azar, por su promedio de notas o por decisión del colegio, pero en cualquier caso habrá 50 familias conformes y otras 50 frustradas.

Marcela Cubillos es una protagonis­ta improbable para este show. Abogada y profesora de la Universida­d Católica, diligente diputada y estudiosa ministra, es parte de esos mismos expertos a los que ahora ataca.

“Está haciendo política”, la defienden en su sector. Pero parece hacerla según la definición de Groucho Marx: “la política es el arte de buscar problemas, hacer un diagnóstic­o falso y aplicar los remedios equivocado­s”.

Esa es la disyuntiva. Políticas públicas en serio, o política circense a lo Groucho Marx. ¿Cuánto vale el show?

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