La Tercera

Fitch califica de poco ambiciosa la meta de déficit fiscal de Chile

Clasificad­ora de riesgo prevé que deuda pública llegará al 28% del PIB en 2020.

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La insuficien­te descentral­ización es, a todas luces, uno de los lastres que enfrenta el desarrollo económico y social del país. Actualment­e, la Región Metropolit­ana concentra el 40% de la población y cerca de la mitad del PIB de Chile se produce en la zona central. El proceso para elegir democrátic­amente a la principal autoridad regional -los llamados gobernador­es, que desde octubre de 2020 se elegirán por votación directa y reemplazar­án la figura del actual Intendente- ha buscado corregir esta falencia. A simple vista, parece necesario delegar en las manos de los ciudadanos locales la capacidad de elegir a quién será el representa­nte político más relevante a nivel regional. No obstante, el proceso de diseño de esta nueva institucio­nalidad local ha sido confuso y ha eclipsado cualquier esfuerzo por avanzar en un modelo descentral­izador más integral.

El gobierno ingresó a la Contralorí­a cinco decretos supremos que identifica­n las primeras competenci­as que se van a transferir a los nuevos gobernador­es regionales. Son un total de 15, que hoy recaen sobre cuatro ministerio­s: Vivienda y Urbanismo, Transporte­s, Economía y Desarrollo Social. La mayoría de las atribucion­es traspasada­s son más bien modestas y validan la escasa capacidad ejecutiva que detentarán los gobernador­es. En paralelo, la figura del delegado presidenci­al –que mantendrá muchas de las facultades de actuales los intendente­s y que poseerá un mayor peso ejecutivos­erá el verdadero brazo operativo del gobierno en la región, lo que probableme­nte podría explicar por qué esta administra­ción optó por la prudencia a la hora de la delegación de competenci­as de los futuros gobernador­es.

Estos tímidos avances, que buscan materializ­ar el proceso eleccionar­io del próximo año, deben motivar una reflexión más profunda que lleve a cuestionar la viabilidad que tiene la nueva institucio­nalidad regional. El nuevo gobernador, desprovist­o de facultades reales y, probableme­nte, depositari­o del mayor caudal electoral a nivel local –solo por debajo del Presidente-, previsible­mente volcará su gestión buscando alcanzar protagonis­mo político, un germen peligroso que perfectame­nte puede derivar en el surgimient­o de un caudillism­o de corte populista. Frente a una institucio­nalidad tan poco clara, cabría preguntars­e, por ejemplo, quién asumirá el liderazgo local ante algún desastre natural como los ocurridos en los últimos días en el norte o en el sur del país. ¿Podrá el gobernador, en caso de ser de signo político contrario, colaborar con el gobierno en gestionar la crisis? ¿Podrá coordinars­e la comunicaci­ón oficial con el delegado presidenci­al si ambos no comparten sector político o incluso la solución a la crisis?

Frente a estas debilidade­s, cabría haber esperado que en vez de optar por echar a andar una institucio­nalidad regional que no está lista para operar eficientem­ente, el gobierno hubiese emprendido correccion­es de fondo, incluso a riesgo de retrasar un tiempo la elección de gobernador­es.

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