Decisiones sorpresivas
Es una buena costumbre definir desde el primer momento las cosas por su nombre. Empiezo por Nicolás Maduro, dictador venezolano, que tiene sometido su país no solo a sus arbitrariedades, abusos y violaciones de los derechos humanos, sino también a la miseria económica, corrupción rampante y destrucción de las instituciones. Pasó de un autoritarismo populista a una severa dictadura cuando privó de funciones y facultades a la Asamblea Nacional, órgano democrático en su origen y ejercicio, es decir, cuando rompió con la institucionalidad, más allá de los graves errores y perjuicios provocados previamente a Venezuela y los venezolanos.
Considero que Maduro ha perdido toda legitimidad y debe ser sustituido en la jefatura del Estado para dar origen a una transición democrática gobernada y dirigida por los venezolanos. Dicho todo lo anterior para despejar cualquier duda acerca de los principios que inspiran mi opinión.
Pertenezco a aquellos chilenos que rechazamos la violencia y luchamos únicamente mediante acciones democráticas contra el dictador Augusto Pinochet; por lo tanto, impulso en Venezuela los mismos valores y acciones en la lucha contra Maduro, también siguiendo al Santo Padre que llama a evitar “un baño de sangre”.
En relación a la política exterior de Chile y las decisiones sorpresivas e inconsultas del Presidente Sebastián Piñera y su ministro Roberto Ampuero, planteo mi descauerdo. Me refiero, ante todo, a las decisiones no meditadas sobre Venezuela, como la ruptura de relaciones, la inmediatez convertida en un valor, el rechazo de plano a la Unión Europea para colaborar en la restauración democrática en Venezuela, con el banal argumento de “haber tomado acuerdos sin fechas”.
Estoy hablando de la Unión Europea, con la que Chile tiene un tratado de asociación que incluye un capítulo de cooperación política y que es, adicionalmente, una importante agrupación de países democráticos, que es la que más ha cooperado a la lucha democrática y al desarrollo en América Latina.
Por último, su viaje a Cúcuta sin prever que podría estallar un conflicto peligroso en todo sentido para la paz en la región y devastador para los propios venezolanos.
Esto, sin olvidar la no firma del Pacto Migratorio, del Acuerdo de Escazú, la creación del grupo Prosur, de fuerte raigambre ideológica, etc.
La lista es larga y rompe de manera tajante con la tradición chilena de “política exterior de Estado” que, en los hechos, significa que sin tocar las atribuciones del jefe de Estado en la materia, frente a asuntos de alguna importancia se consideraba la opinión del Parlamento, partidos políticos, excancilleres, asociaciones gremiales, expertos, etc.
La respuesta de Piñera a las opiniones adversas a su gestión de política exterior ha sido la descalificación que, como se sabe, es el método para defenderse cuando se tiene argumentos débiles.
Piñera ha intentado de esta manera contraatacar a sus críticos, sin tomar en consideración que su estilo de toma de decisiones no es bueno para él ni para el país.
Esperamos que lea con atención el sentido de las palabras formuladas por sus opositores, asuma los errores y modifique los contenidos y estilo de política exterior que lindan con lo inaceptable y exponen al país más allá de lo recomendable.
Las últimas definiciones rompen con la “política exterior de Estado”.