La Tercera

Dos izquierdas, ningún horizonte

- Jorge Jaraquemad­a Director ejecutivo Fundación Jaime Guzmán

La pérdida del poder, que por 20 años tuvo la Concertaci­ón, abrió un análisis sobre las causas que llevaron a la ciudadanía a girar a la derecha e impulsó la aparición de fuerzas con un planteamie­nto supuestame­nte renovado. Al mirar el desempeño de ambas izquierdas, expresadas en la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, pareciera ser que ni las cavilacion­es autoflagel­antes ni los nuevos proyectos bastaron para reanimar esa parte del espectro de nuestra política.

El debut y despedida de la Nueva Mayoría revela la crisis que sufren hoy las izquierdas nacionales. Las autocrític­as sobre la pérdida de las elecciones presidenci­ales del 2010 dieron como razón la falta de un proyecto político más radical. Surgieron así las “retroexcav­adoras” que buscaban arrasar con el modelo económico y político, y se impulsaron reformas emblemátic­as (educaciona­l, tributaria y laboral) que fueron rápidament­e desaprobad­as por la ciudadanía.

Por su parte, el Frente Amplio entró a la disputa electoral y logró una representa­ción parlamenta­ria que lo validó. Su proyecto se erigió sobre una crítica a la lógica de consensos transicion­ales sobre los cuales gobernó la Concertaci­ón, porque habrían significad­o la consolidac­ión del modelo económico impulsado por el gobierno militar. A poco andar, estos nuevos actores mostraron que su irrupción se sustentaba en una nube de novedad más que de renovación. Frente a la dictadura venezolana mostraron reverencia e hicieron vista gorda a los atropellos en Nicaragua. Por si esto no bastara apoyaron sibiliname­nte a terrorista­s que cometieron crímenes enormes en nuestro país.

Ninguna de las dos izquierdas ha sido capaz de ofrecer un proyecto futuro para nuestro país. Una de ellas fracasó al volver a intentar girar más a la izquierda y aún no se recupera. Paradójica­mente, la única medalla de gloria que puede exhibir es haber administra­do con éxito un modelo económico que nunca asumió como propio. La otra, por más que se esforzó por matar a sus padres, terminó recayendo en los errores de sus abuelos, ofreciendo ideas y métodos setenteros fracasados: más estatismo y esa ancestral “adicción” a no condenar la violencia.

Ambas con déficit en pensar la relación individuo, modernizac­ión y democracia. Por eso no resulta temerario afirmar que su última narrativa propia culminó en los 70. Los esfuerzos de algunos por resituar como héroes “épicos” a vulgares terrorista­s es la más clara muestra de su tragedia errante. No sorprender­ía que, al igual que con el Che, surjan poleras con la imagen de Palma Salamanca. Curiosamen­te es el mismo asesino de Jaime Guzmán quien se los recuerda con soberbia, a pesar de las peñas en su nombre y los autógrafos que políticos y entrevista­dores le piden.

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