Cuasi Bolívar
La incomodidad del Presidente era manifiesta. En la conferencia de prensa con Guaidó, sus estertores de hombros reflejaban su sensación que algo no andaba bien. Una escena posterior mostrada por la televisión colombiana peleando a empujones con los encargados de la seguridad del líder venezolano lo dejó en un espacio poco digno de la investidura del cargo que posee. Había ya olfateado que no había ganancia rápida en este audaz negocio político.
Un sondeo realizado por Cadem muestra sólo un leve apoyo a la decisión presidencial de estar en Cúcuta el Día D. Esta jornada había sido planificada por la oposición a la dictadura venezolana como decisiva. Las expectativas eran que ante el dilema humanitario de recibir o no ayuda para aliviar la difícil situación que vive Venezuela, las Fuerzas Armadas de ese país iban a desconocer a Maduro y facilitar la entrega de alimentos, de manos de Guaidó. Prometía ser un día histórico y sin duda Piñera quería estar ahí.
Su propósito, como lo destacaron varios de sus aduladores en redes sociales y columnas, era convertirse en un líder latinoamericano y convertirse en el nuevo libertador de Venezuela. Piñera ya no compite con Bachelet como lo ha hecho desde el 2006, sino su aspiración es superar al mismísimo Ricardo Lagos Escobar, recordado por haberle hecho frente a Bush en la invasión de Irak y movilizar el Ejército para ir a socorrer a la población haitiana en el momento que se desmoronaba el gobierno de Arístide.
Pero las cosas salieron mal, y el pequeño grupo que asesoró en Palacio al Presidente parece que no conoce Venezuela. Buena parte del poder de la dictadura en ese país se basa en los militares. Chávez reformó las Fuerzas Armadas, les cambió el nombre, las hizo a su imagen y semejanza, y más importante aún, les dio un poder sobre la vida civil que nunca tuvieron en la historia republicana de Venezuela. La caída del régimen es también la caída de ese pedestal de privilegio y por ello la mayor parte de los oficiales con mando de tropa, aunque compartan las críticas a Maduro, prefiere apoyarlo. Por otro lado, éste ha usado hábilmente la carta de la amenaza de intervención extranjera apelando al nacionalismo. Nada más cómodo para una dictadura que tener un enemigo externo identificable. El opositor Guaidó en su inocencia política, ha colaborado con ellos al insinuar que podría apoyar una intervención extranjera, en vez de haber seguido en el camino de la resistencia civil.
Esa lectura simple de la realidad venezolana que sí hicieron las cancillerías de Perú, Argentina y Brasil fue soslayada ante del deseo de grandeza libertadora del Presidente chileno. Su nerviosismo evidente en el lugar es reflejo de su convicción que no iba a jugar rol alguno en la historia, y más aún, estaba participando en una operación que iba a terminar fortaleciendo a Maduro.
Pero pese a este traspié, el tema Venezuela sigue siendo atractivo para el gobierno. Salvo pocas voces, la oposición sigue siendo débil ante las evidentes violaciones a los DD.HH. en Venezuela y en especial ante la ruptura institucional de la propia Constitución chavista. Para el oficialismo atenazar a la centroizquierda con la palabra Maduro sigue dando réditos. Y sin duda, no se puede menospreciar el impacto mediático del insulto a Michelle Bachelet del excantante Miguel Bosé, que de manera vulgar repitió para millones de espectadores en el mundo la tesis fabricada en la Moneda sobre el silencio cómplice.