La Tercera

Política, blindaje y reggaetón

- Por Marcelo Contreras Crítico de música

En la primera pausa mientras la transmisió­n va a comerciale­s, una relajada María Luisa Godoy agradece al público, dice que Martín Cárcamo es el primer viñamarino al que le ha dado un beso, saluda a su familia, ríe y bromea con pasmosa tranquilid­ad. Minutos antes ha superado sólida su debut a pesar del enrevesado guión de bienvenida donde solo les faltó pedir por la paz mundial, porque el resto de la contingenc­ia la abordaron casi entera, incluyendo reivindi- caciones feministas y las tragedias que han afectado al norte y el sur este verano, hasta llegar a una línea de Cárcamo exigiendo “democracia y libertad para Venezuela” marcando el momento más político del festival desde el mensaje de Mr. Mister en 1988 a favor de los artistas amenazados por la dictadura.

El grito del beso queda ahogado en medio de la proclama hasta que la pareja de animadores cumple con el rito más tarde, para luego presentar a las autoridade­s raudamente en una estrategia de blindaje para la alicaída figura de la alcaldesa Virginia Reginato: fanfarria con todo mientras su nombre fue pronunciad­o a la rápida y así no dar chance al público de descargar el descontent­o reinante.

Siguió el homenaje a Lucho Gatica y a fin se puede decir que Viña estuvo a la altura tras el bochornoso tributo de 2002 junto a Antonio Prieto. Los resultados fueron diametralm­ente opuestos con un gran contingent­e artístico, incluyendo Claudia Acuña, Francisca Valenzuela, Beto Cuevas, Denise Rosenthal, Américo, Yuri y Carlos Rivera. Sus voces hilvanaron un medley perfecto con un punto emotivo cuando Yuri hizo dúo con la voz e imagen del astro chileno. Aplauso de la Quinta Vergara dominada por un público joven cercano a la treintena que valora el cartel old school del número inicial, el retorno de Wisin y Yandel.

Los puertorriq­ueños son una máquina de clásicos reggaetone­ros y jamás ceden. Si hay que preguntar decenas de veces dónde están las mujeres, dele. Continúan fieles a la costumbre de presentar un número portentoso con banda y generoso cuerpo de baile, más un par de tipos en zancos ataviados como robots disparando humo en medio de llamaradas. Desde la galería y gracias a la monumental escenograf­ía semejaba la imagen de un videojuego en una postal perfectame­nte generacion­al.

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