El orgullo de don Tucapel
l ser humano tiende a buscar opciones binarias; es que la vida se simplifica mucho cuando, frente a cada dilema, podemos reducir la realidad a dos alternativas: una asociada con el bien y la otra con el mal. Por eso, Hollywood suele hacer películas más comerciales, pero de inferior calidad que las europeas, pues sus historias siguen estereotipos clásicos, mientras que al otro lado del Atlántico muestran algo más parecido a la realidad: personajes que enfrentan opciones difíciles, con matices y costos alternativos.
El bien y el mal, lamentablemente, no tienen domicilios muy separados, suelen convivir dentro de cada uno. Son las pequeñas miserias contra las que luchamos en nuestra vida cotidiana, a veces con éxito y otras, más de las que quisiéramos reconocer, con debilidad para asumir el precio del camino correcto. Esta batalla interior, lo escribieron los griegos y lo enseña muy bien la teología cristiana, es la más ardua de todas.
Es difícil encontrar en nuestra historia un crimen político más miserable que el de Tucapel Jiménez, porque la víctima era un dirigente honesto, que luchaba con medios y por fines legítimos para obtener un cambio social que consideraba justo, a pesar de lo cual se le asesinó de manera brutal, por un grupo de cobardes que, luego de perpetrado el delito, dieron muerte a una segunda víctima completamente inocente -Juan Alegría-, con el único objetivo de imputarle el primer homicidio y fabricarse así una coartada. En la mente de los criminales había una “guerra”, un enfrentamiento entre el bien y el mal, donde obviamente estaban luchando por el bien, razón suficiente para saltarse cualquier regla. En su lucha no cabían las reglas. ¿Alguna diferencia con los asesinos de Jaime Guzmán?
Es fácil, casi es natural si se tiene un vínculo personal con la víctima, ver la realidad en forma binaria, creer que la línea que divide las opciones políticas separa también el bien del mal. Efectivamente, todo es más fácil si los que piensan distinto son los paladines del mal y “nosotros” somos los buenos. Pero la vida no es una película de Hollywood, está llena de matices y vaya qué matices.
El camino difícil es reconocer a los que piensan distinto, a “los otros”, los mismos derechos, porque eso supone renunciar a la pretensión de superioridad moral, que hace imposible ab initio una sociedad organizada democráticamente.
Además, si esa renuncia la hace el hijo de Tucapel Jiménez, demandando para Jaime Guzmán la misma justicia que para su padre, se trata de un acto tan excepcional, de una integridad moral tan superior, que fortalece mi fe en que podemos vencer nuestro pasado y alcanzar un auténtico desarrollo. Orgulloso debería estar don Tucapel de Tucapel.