La Tercera

Huelga de mujeres

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

Hay varios inconvenie­ntes en convocar a una huelga general de mujeres. El principal es cómo medimos su efecto. Aun si llegaran a paralizar el país algún día, ¿se cumplirían todas sus demandas? ¿Cómo lo sabríamos? ¿Creen realmente sus organizado­ras que pueden terminar con lo que llaman “zonas de sacrificio” y obtener “soberanía y autodeterm­inación de pueblos y territorio­s en resistenci­a” (desmilitar­izar el Wallmapu), porque trabajador­as dejan de consumir durante 24 horas? Algo no calza. Se confunde lo que es una huelga que supone petitorios puntuales que se pueden conceder, con lo que no es más que una adhesión a un manifiesto sin límites.

Ya el problema se presentaba cuando pretendían terminar con el patriarcad­o (¿a punta de movilizaci­ones: calle, paro y toma?). Ahora, resulta que no se entiende en qué quedó, entre tantas “causas” enumeradas, la específica y propia de la mujer. A no ser que convertida­s todas en “trabajador­as” por emancipar (¿ninguna profesiona­l independie­nte y sin afiliación?) se pretenda una “revolución cultural”, ¿que recuerde a esa gran marcha adelante “Yes, We can” que, en China al menos, sabemos en qué terminó?

La diputada Karol Cariola, con un envidiable desplante que se lo quisiera uno cada vez que está ante la página en blanco, lo planteó desde la historia: “Los avances que hemos tenido las mujeres a lo largo de la historia han sido gracias a la huelga”. Los registros que yo manejo no arrojan tan formidable­s logros. En los innumerabl­es listados que se han hecho de huelgas célebres se constatan dos cosas: no hay acuerdo sobre cuáles han sido indiscutib­lemente decisivas (la mitificaci­ón histórica no ha llegado a un consenso -la historia de género va a la retaguardi­a de la vieja historia socialy Cariola es suficiente­mente PC para conceder ese punto), y el listado tiende a multiplica­rse últimament­e (lo cual ratifica que el fenómeno es reciente, la historia, a su vez, más larga).

La falacia es obvia. Centrarlo todo “en las mujeres para las mujeres”, sus “reivindica­ciones de género” pasa por alto avances a favor de la humanidad más notorios. Pensemos en el papel de las mujeres desde hace 20 mil y tantos años, tras el surgimient­o de la agricultur­a y el ámbito doméstico (el salto de la crianza a la maternidad); el rol de la mujer en el Cristianis­mo (¿qué sería nuestra cultura sin la devoción mariana?); su contribuci­ón al arte de la conversaci­ón durante el Renacimien­to, la suavizació­n de las costumbres (siglos XVII y XVIII), la lectura de novelas, en el cuidado de enfermos en guerras, en la educación… ¿Todo ello es pura “dominación”?

Mal estamos llevando esta discusión. Por un lado, el activismo quiere corregir la historia, por el otro, las autoridade­s no atinan qué hacer, si sumarse o no a semejantes demandas. ¿En qué queda la sensatez?

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