Batalla tributaria
La razón de ser de este gobierno no se juega en Cúcuta, sino en los pasillos de la Cámara de Diputados este mes. Marzo es el mes establecido por el gobierno para lograr la ansiada votación por la idea de legislar en su proyecto de modernización tributaria. El corazón de esta idea legislativa es el retorno a la integración tributaria, que permite a los dueños de empresas descontar de sus impuestos personales aquellos que son de la empresa. Una de las más profundas razones que llevó a Piñera a decidirse postular de nuevo a la presidencia fue el efecto que tuvo la reforma tributaria, en lo económico, pero también en lo cultural, en los “poderosos de siempre”, ocupando la terminología de un video viral de la Secom del gobierno anterior.
Terminar con ese armatoste enredado que implica pagar más impuestos es la demanda más sentida del mundo empresarial y a la que han atribuido el lento crecimiento en el gobierno anterior. Varios siglos antes Maquiavelo dijo que los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio, frase ocupada para explicar cómo el dinero movía las aguas en la sociedad florentina, pero perfectamente aplicable para entender qué ocurrió después de la reforma. Como el acuerdo final que salió del Congreso era muy enredado y provocó jaquecas permanentes en contadores, pymes y funcionarios del SII, fue fácil construir el sentido que la reforma, al ser intrincada, es mala.
El proyecto presentado por el gobierno más que desenmarañar lo complicado, va al corazón y vuelve al sistema integrado. El ministro Felipe Larraín en un sentido republicano escaso entre sus colegas, no ha apelado al recurso fácil de machacar comunicacionalmente a la oposición y ha optado por la prudencia en las negociaciones. Leyó correctamente que la disyuntiva de ricos versus pobres podía instalarse en la opinión pública y con ello perder la batalla antes del Congreso. También tuvo la sensatez de bajarse del exceso de expectativas que nubló los inicios del gobierno y con ello, ha podido mantener credibilidad en la mesa de las negociaciones. Esto se lo ha reconocido tanto el saliente presidente de la comisión de Hacienda, Pablo Lorenzini (DC), como el entrante Daniel Núñez(PC). Si por ese camino logra un acuerdo, será una buena lección al exceso de adrenalina que a veces recorre las estrategias comunicacionales de La Moneda.
Por otro lado, para la oposición desarmar el sistema integrado es una audacia mayor. Aun cuando en la mesa se ofrezca medidas que mantengan la recaudación tributaria, y las alzas para compensarlo sigan afectando a los que tienen mayores ingresos, es quitarle el motor y la pala a la retroexcavadora, ocupando una metáfora popular durante el gobierno anterior.
Chile tiene un problema serio de desigualdad, de esto habla todo el mundo. Pero de lo que hablan pocos es que el sistema tributario es parte del problema. El índice más aceptado para medir desigualdad, el coeficiente de Gini es similar al de Alemania o Irlanda antes de impuestos, produciéndose la brecha después de cobrar los tributos. La reforma anterior intentó corregir esto, pero el enredo final “poscocina” la convirtió en una mala palabra.
Para la oposición este es uno de los puntos más difíciles de ceder, pero no el único que traba la negociación. Pese a las buenas maneras de Hacienda en la negociación, muchos parlamentarios saben que si ceden para un acuerdo, el Presidente no lo presentará como tal, sino como un éxito personal. ●