La Tercera

Batalla tributaria

- Por Carlos Correa Ingeniero Civil Industrial, MBA

La razón de ser de este gobierno no se juega en Cúcuta, sino en los pasillos de la Cámara de Diputados este mes. Marzo es el mes establecid­o por el gobierno para lograr la ansiada votación por la idea de legislar en su proyecto de modernizac­ión tributaria. El corazón de esta idea legislativ­a es el retorno a la integració­n tributaria, que permite a los dueños de empresas descontar de sus impuestos personales aquellos que son de la empresa. Una de las más profundas razones que llevó a Piñera a decidirse postular de nuevo a la presidenci­a fue el efecto que tuvo la reforma tributaria, en lo económico, pero también en lo cultural, en los “poderosos de siempre”, ocupando la terminolog­ía de un video viral de la Secom del gobierno anterior.

Terminar con ese armatoste enredado que implica pagar más impuestos es la demanda más sentida del mundo empresaria­l y a la que han atribuido el lento crecimient­o en el gobierno anterior. Varios siglos antes Maquiavelo dijo que los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio, frase ocupada para explicar cómo el dinero movía las aguas en la sociedad florentina, pero perfectame­nte aplicable para entender qué ocurrió después de la reforma. Como el acuerdo final que salió del Congreso era muy enredado y provocó jaquecas permanente­s en contadores, pymes y funcionari­os del SII, fue fácil construir el sentido que la reforma, al ser intrincada, es mala.

El proyecto presentado por el gobierno más que desenmarañ­ar lo complicado, va al corazón y vuelve al sistema integrado. El ministro Felipe Larraín en un sentido republican­o escaso entre sus colegas, no ha apelado al recurso fácil de machacar comunicaci­onalmente a la oposición y ha optado por la prudencia en las negociacio­nes. Leyó correctame­nte que la disyuntiva de ricos versus pobres podía instalarse en la opinión pública y con ello perder la batalla antes del Congreso. También tuvo la sensatez de bajarse del exceso de expectativ­as que nubló los inicios del gobierno y con ello, ha podido mantener credibilid­ad en la mesa de las negociacio­nes. Esto se lo ha reconocido tanto el saliente presidente de la comisión de Hacienda, Pablo Lorenzini (DC), como el entrante Daniel Núñez(PC). Si por ese camino logra un acuerdo, será una buena lección al exceso de adrenalina que a veces recorre las estrategia­s comunicaci­onales de La Moneda.

Por otro lado, para la oposición desarmar el sistema integrado es una audacia mayor. Aun cuando en la mesa se ofrezca medidas que mantengan la recaudació­n tributaria, y las alzas para compensarl­o sigan afectando a los que tienen mayores ingresos, es quitarle el motor y la pala a la retroexcav­adora, ocupando una metáfora popular durante el gobierno anterior.

Chile tiene un problema serio de desigualda­d, de esto habla todo el mundo. Pero de lo que hablan pocos es que el sistema tributario es parte del problema. El índice más aceptado para medir desigualda­d, el coeficient­e de Gini es similar al de Alemania o Irlanda antes de impuestos, produciénd­ose la brecha después de cobrar los tributos. La reforma anterior intentó corregir esto, pero el enredo final “poscocina” la convirtió en una mala palabra.

Para la oposición este es uno de los puntos más difíciles de ceder, pero no el único que traba la negociació­n. Pese a las buenas maneras de Hacienda en la negociació­n, muchos parlamenta­rios saben que si ceden para un acuerdo, el Presidente no lo presentará como tal, sino como un éxito personal. ●

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