La Tercera

Efectos de ampliar la gratuidad

En lugar de seguir abogando por aumentar el gasto público en educación superior sería mejor reconsider­ar los otros mecanismos que existen para cumplir con el objetivo de apoyar el acceso de quienes carecen de recursos propios.

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Esta semana se conoció la cifra de 27 mil alumnos que superaron la duración nominal de su carrera y por lo tanto dejarán de ser beneficiar­ios de la gratuidad en la educación superior. Según establece la ley, ahora deberán compartir el pago del arancel con su casa de estudios, que solo podrá cobrarles la mitad del arancel regulado establecid­o por el Ministerio de Educación. Este hecho motivó que rectores de universida­des suscritas a la gratuidad, así como parlamenta­rios de todos los sectores, solicitara­n inmediatam­ente una modificaci­ón de la ley, de tal forma de extender el beneficio por un plazo mayor.

Ello, sin embargo, significar­ía tener que aumentar también los recursos destinados a la gratuidad y a la educación superior, que en los últimos años ya han crecido de forma sustantiva. Una gratuidad sin límites no es posible, y es momento de que rectores, parlamenta­rios y también los alumnos, lo entiendan. La provisión de educación tiene costos que alguien debe financiar, especialme­nte si el objetivo es avanzar en calidad. Seguir desconocie­ndo esa realidad resulta obstinado e implica dejar de financiar otras necesidade­s que tiene el país y que hoy se encuentran sustancial­mente más desatendid­as, como por ejemplo la educación parvularia y los niños que se encuentran fuera del sistema escolar.

Pero, además, el diseño de la gratuidad -así como del resto de las ayudas estudianti­les- debe tener entre sus condicione­s un plazo determinad­o, conocido por el beneficiar­io, quien debe estar consciente de que la ayuda del Estado no es eterna. De lo contrario, pueden generarse incentivos incorrecto­s, tal como ocurre en Argentina, donde los estudiante­s tardan muchos años en completar sus programas y titularse, lo que obviamente va en perjuicio de la eficiencia del sistema.

Es decepciona­nte que conforme se avanza en la implementa­ción de la gratuidad y se materializ­a alguna de sus consecuenc­ias -como en su momento fue el déficit que ésta está generando a las universida­des-, la única propuesta por parte de los rectores y parlamenta­rios sea aumentar aún más los aportes fiscales. Pues lo que hoy se requiere es precisamen­te lo contrario: generar alternativ­as de financiami­ento costo efectivas, que no recaigan sobre el Estado, que ya está realizando un esfuerzo desproporc­ionado, y avanzar en formas de contener el alargamien­to de las carreras que hoy encarece la provisión -independie­nte de quien sea el que la financie.

Así, en lugar de seguir abogando por aumentar el gasto público en educación superior, hoy debiera replantear­se la gratuidad de manera desprejuic­iada, tomando en serio las advertenci­as de diversos especialis­tas -algunas de las cuales ya se han ido cumpliendo. En ese sentido, una buena idea es reconsider­ar los otros mecanismos que existen para cumplir con el objetivo de apoyar el acceso de quienes carecen de recursos propios, como becas y créditos, que no conllevan los perjuicios de estancar el sistema de educación superior a través de la fijación de precios, ni envían señales equivocada­s a los estudiante­s y universida­des.

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