La Tercera

¿Grandes talentos?

- Claudia Sanhueza Académica U. Mayor y COES

La semana pasada supimos que el empresario chileno radicado en EE.UU. Agustín Huneeus Quesney está entre las 33 personas que pagaron sobornos para estafar el sistema de selección universita­ria, para que su hija Agustina fuera aceptada en la Universida­d del Sur de California, que solo acepta al 12% de los postulante­s y cuesta 70 mil dólares al año (45 millones de pesos aprox.). “Sin duda, uno de los grandes talentos de la industria”, dijo otro empresario ligado a la misma industria del vino.

El delito cometido por estos padres/madres es que, con su dinero, engañaron al sistema de selección, para favorecer a sus hijos/as en desmedro de otros/as niños/as que, dados sus talentos, sí habrían sido selecciona­dos. El delito es que, con sus acciones, atentaron contra la confianza en el proceso de selección, clave para el sistema. Claro que, para esto, el sistema de justicia norteameri­cano no da tregua. El empresario tuvo que pagar un millón de dólares para no quedar preso, quedó con arraigo nacional y su hija fue expulsada de la universida­d.

Sin embargo, hay otras acciones que comete la élite norteameri­cana (y la chilena también), que causan los mismos problemas y no son un delito. Como encuentra Shamus Khan (Privilegio, la construcci­ón de un adolescent­e de élite, 2011), las élites modernas se presentan como si fueran producto de la meritocrac­ia (están entrenadas para repetir el mantra), como si tuvieran grandes talentos y hayan hecho mucho esfuerzo para llegar donde están, cuando en realidad no es así. Según Khan, son tan geniales e ineptos, tan trabajador­es y flojos como cualquiera. Ese engaño no es delito, pero es tan ineficient­e e inmoral como el soborno de los 33 en EE.UU.

Hay sociedades, en cambio, que tratan de minimizar este engaño. Tienen claro que los resultados no provienen de un juego justo. Tienen claro que nacer en la casa de “gran talento” es pura suerte. Y la suerte no requiere de ningún esfuerzo. Por eso, estas sociedades han elegido financiar con impuestos progresivo­s educación de calidad para todos/as. Estas sociedades han impedido que el ingreso y el poder de los padres entorpezca no solamente los procesos de selección a la universida­d, sino comprar la educación de sus hijos/as.

Es que, a veces, los talentosos padres no miden las consecuenc­ias de sus actos, cuando quieren lograr lo que buscan. Y la única manera de evitar tanto engaño es que haya reglas claras. No para evitarle molestias a los padres y la élite, sino para hacer justicia con los niños/as.

En estas sociedades, el talento no se pierde, porque las élites no pueden engañar al sistema. A ver cuándo nos hacemos cargo de esto en nuestro país.

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