La Tercera

Lecciones de una expulsión

- Lucas Sierra Centro de Estudios Públicos y U. de Chile

Un día de septiembre de 2013, un ciudadano colombiano ingresó a Chile por un paso no habilitado y se encaminó a Antofagast­a para reunirse con su pareja, también extranjera, que ahí vivía. Pero la PDI lo pilló y, luego del procedimie­nto de rigor, la Intendenci­a de la Región de Antofagast­a decretó su expulsión del país.

La expulsión de un extranjero que ha entrado ilegalment­e es una decisión de orden y seguridad pública. Estas son materias propias de la autoridad política, como son el Ministerio del Interior y las intendenci­as que de él dependen. Para tomar esa decisión, deben sopesar los criterios que contempla la ley. Pueden, por ejemplo, imponer una multa al extranjero y dejar que regularice su estadía. O pueden depositarl­o en la frontera. Una decisión política.

Hoy, el escenario legal de esta decisión está cambiando. Las intendenci­as van a desaparece­r y la reforma de la ley de extranjerí­a avanza en el Congreso. En razón del primer cambio, la autoridad en las regiones se duplica: habrá “delegados presidenci­ales regionales” y gobernador­es regionales electos. Respecto del segundo, todo indica que se creará un Servicio Nacional de Migracione­s, al que se busca dar un carácter técnico sujetándol­o al Sistema de Alta Dirección Pública.

Imaginemos vigentes estos cambios. ¿En manos de quién quedaría el colombiano? ¿Del delegado regional presidenci­al, del gobernador regional electo o del Servicio Nacional de Migracione­s?

El delegado presidenci­al regional será, en varios aspectos, el sucesor de los actuales intendente­s. Estará a cargo del orden y seguridad y, por lo mismo, comandará la fuerza pública que podría ser necesaria para ejecutar la expulsión del país.

También podría ser el nuevo gobernador regional. Electo directamen­te por los ciudadanos de la región, será la autoridad regional con el respaldo y responsabi­lidad política más inmediata y evidente. Pero estas nuevas autoridade­s fueron privadas de competenci­as en orden y seguridad y, por esto, no tienen poder sobre la fuerza pública.

Queda el servicio. La reforma pone en manos de su director nacional la decisión de expulsar a los extranjero­s irregulare­s, que puede delegar en los directores regionales.

Esto neutraliza el peligro que arriesga la reforma de las autoridade­s regionales: que el gobierno regional electo sea opuesto al gobierno central. Al depender del Presidente de la República, el servicio estará alineado con La Moneda. Pero se logra al costo de cargar un servicio que se quiere técnico con una decisión política, tomada por un funcionari­o que tendrá una conexión con la ciudadanía local aún más tenue que la que ésta tiene hoy con los intendente­s nombrados en Santiago.

Esto último refleja el problema general que subyace en la forma bicéfala de las nuevas autoridade­s regionales: poder y responsabi­lidad no parecen ir bien de la mano.

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