La cumbia de la confrontación
Antes que empezaran los ruidos para presionar por un cambio de gabinete, el Presidente decidió salir jugando ante la baja en las encuestas. Como buen capitalista, pensó que, si la Bolsa cae, hay que mirar oportunidades. La encontró al anunciar una reforma para darle más atribuciones a las policías en materia de control de identidad, permitiendo aplicar esta medida a los menores de 14 años en adelante. Es perfecta, pues es una medida fácil de aplaudir por la galería y difícil de tragar por la oposición.
Aunque la evidencia demuestra que dicha política no ha sido efectiva en el control de delincuencia, suena muy bien. El que nada hace, nada tema, en palabras del minis- tro del Interior. El sólo anuncio puso a la oposición en un difícil dilema. Oponerse a ello es arriesgar que mañana les digan que deben elegir entre los delincuentes o la seguridad ciudadana, como ocurrió en iniciativas anteriores. Más aún si la idea de darle más atribuciones a las policías partió en el gobierno anterior, en esa maldita etapa final donde el general Villalobos parecía uno más del círculo del poder.
También una parte del oficialismo ha empezado a encontrarle el ritmo a esta cumbia confrontacional. En una entrevista a este medio, el senador Allamand hizo un giro sorpresivo respecto a su antigua política de los acuerdos, y dijo que lo que debe primar es una estrategia para pasarle la responsabilidad a la oposición en aquello que no se pueda avanzar, más que desgastarse buscando puntos de encuentros.
Pero más allá del baile y el coro de Allamand, para muchos en la derecha esta es una situación incómoda. Piñera tiene la difícil tarea, si quiere pasar a la historia y ganarle en algo a Bachelet, de entregar al poder a uno de los suyos. Como no es el depositario de un proyecto ideológico de la derecha, y para gobernar ha primado más su olfato y sentido táctico de tiburón financiero, es un problema para la papeleta electoral. Este frenesí de medidas para lograr cambiar la aguja de las encuestas tiene poca relación con los proyectos que viven en la derecha, tanto el discurso más puro de José Antonio Kast o el más social de Manuel José Ossandon, y para qué decir del cosismo millenial de Lavín.
El alcalde de Las Condes ha elegido un camino distinto. Ha adaptado muchas ideas de izquierda, con una mirada desde el mercado. Un ejemplo de ello es su discurso de integración social, que lee correctamente el impacto que tiene la desigualdad y la segregación, y en vez de la pancarta piensa una manera ingeniosa de abordarlo. Tampoco tiene problema alguno en conversar con el alcalde comunista Jadue sin caer en el recurso barato de recordarle Venezuela a cada rato. Un candidato así es muy competitivo para el cada vez más cercano 2021, salvo que esta idea de confrontación puede echarle a perder de nuevo la elección.
El gran problema de Piñera es que le cuesta entender que la política no se arma con el mismo ingenio que los negocios. Como dice Don Lucchesi en el Padrino III, si las finanzas son un arma, la política es saber cuándo dispararlas. El sentido de la oportunidad, de la sutileza, es mucho más necesario que una llamada frenética al corredor de Bolsa, en especial para conservar el poder en su sector. Aunque en la derecha muchos reconocen esto, nadie quiere decirlo en voz alta, pues el gobierno se demorará tres minutos en colocarlos, al igual que a la oposición, del lado de los delincuentes.
Ingeniero civil industrial, MBA