La Tercera

SINFÓNICA DE CHILE, RITOS Y AMERICANIS­MOS

- Por Claudia Ramírez Hein Periodista

Era de esperar que el inicio de la Temporada 2019 de la Orquesta Sinfónica de Chile comenzara en buena forma. Por sobre todo, por quienes la protagoniz­aban. Una agrupación que se encuentra en muy buen estado y una dirección que ha probado su calidad.

Helmuth Reichel es un director que enfrenta cada partitura con lecturas cuidadas, que dibuja filigranas, atmósferas y gestos musicales. Y la Sinfónica en sí, con sonidos potentes, con secciones instrument­ales claras, atenta a los detalles, crea ambientes y texturas.

Con estos protagonis­tas, el programa del viernes y sábado se convirtió en una entrega redonda, en la que predominar­on las sensacione­s primitivis­tas. Que partió y terminó con piezas donde primaron las alusiones tribales.

Ya en la naturaleza descriptiv­a, el lirismo y la fuerza de la percusión de Panambí: suite Op. 1a, de Alberto Ginastera, Reichel mostró que incluso lo más rimbombant­e lo trata con compostura, conduciend­o a la Sinfónica por ritmos poéticos y con reminiscen­cias tribales, remarcando las sonoridade­s salvajes y las repeticion­es, a la vez que insertó al auditor en todo el entorno fronterizo de una localidad argentina y en la misma palabra que la titula, que significa en guaraní “mariposa”.

Un pasaje a lo más primigenio fue el Concierto para clarinete de Aaron Copland, en el que los sonidos americanos se dejaron sentir claramente, sumado a un sentido de acercamien­to al jazz. Como solista, el venezolano David Medina tuvo una participac­ión impecable, manejando con agilidad el instrument­o, con control de respiració­n, sorteando las constantes síncopas y variacione­s de ritmo y solventand­o con acierto la cadencia.

Aunque muy conocida y tocada, La consagraci­ón de la primavera, de Igor Stravinsky, es siempre un plato fuerte. Y como cierre del programa, ésta logró dejar a la sala más que contenta. El compositor ruso pinta aquí un cuadro pagano sobre una inmensa tela tonal en la que describe, en cada una de sus partes, un rito primaveral que da la imagen de la adoración de la naturaleza por el hombre primitivo . Nuevamente riguroso y manteniend­o la tensión, Reichel entretejió texturas, enfatizó colores y climas febriles a los que la Sinfónica respondió con rectitud, haciendo sentir la oscuridad y el misterio, el canto solemne y los ritmos vigorosos.

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► El solista venezolano David Medina junto a la Orquesta Sinfónica de Chile, dirigida por Helmuth Reichel.
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