La Tercera

“Hay mucho de la ira de los chalecos amarillos en La Guerra Silenciosa”

Invitado al II Festival de Cine Francés, que parte hoy en Santiago y Viña del Mar, el realizador presentará su último filme, nominado a la Palma de Oro en Cannes 2018 y que en abril debería llegar a salas.

- Pablo Marín

En abril de 2017, Stéphane Brizé habló con La Tercera en el contexto de la promoción de Una vida,

una mujer (Une vie, 2016), adaptación de la novela de Maupassant. Era su primera cinta en anunciar estreno en Chile después de que otra versión suya de una novela, Une affaire d’amour, desembarca­ra con estupendas críticas en 2010. Sin embargo, Una vida… no llegó a estrenarse. Y la señalada entrevista, donde Brizé decía preferir que los chilenos vean sus películas en casa a que se queden sin verlas, no llegó a publicarse.

Casi dos años después, la distribuci­ón local es menos severa con el director y guionista: en Netflix están hoy disponible­s Una vida… y El precio de un hombre -Palma a mejor actor para Vincent Lindon en Cannes 2015-, lo que se suma a la exhibición de su último filme,

La guerra silenciosa (En guerre,

2018), que antes de asomar en la cartelera chilena –en abril, presumible­menteserá uno de los platos fuertes de la segunda edición del Festival de Cine Francés, desde mañana al 3 de abril en salas Cinemark de Santiago y Viña del Mar. Más aún, es el invitado estelar de la muestra, que acaba de agregar Una vida, una mujer a su parrilla.

Días antes de asomarse a la capital, en una gira que lo lleva también a Argentina y Uruguay, Brizé retoma la vieja conversaci­ón. Más o menos donde esta había quedado, y ciertament­e contento de que, ahora sí, los chilenos tengan a mano más de una muestra de su trabajo. “Sigo pensando que más vale ser visto que no serlo. El mundo evoluciona, las tecnología­s cambian y no se puede ir contra eso, aun sí, personalme­nte, nada me gusta más que la sala de cine”. Eso sí, remata, “esta diversidad de soportes debe ser también sinónimo de diversidad de obras. No debería pasar que empresas como

Netflix, dada su posición dominante, maten las fuentes de financiami­ento en todo el mundo, para convertirs­e en la única: las posiciones dominantes no generan diversidad. Quizá sí al comienzo, cuando entran al negocio, pero invariable­mente la rentabilid­ad se transforma en su único objetivo, lo que impida que surjan talentos”.

Brizé la tiene clara, en general, y no será este el único ejemplo.

Tiempos de ira

Stéphane Brizé (Rennes, 1966) se formó paralelame­nte en las técnicas escénicas y en las artes dramáticas. Su debut en el largometra­je, Le bleu des villes (1999), lo llevó a la Quincena de Realizador­es de Cannes. En los años que siguieron ganó respeto como indagador reposado de la intimidad y de la banalidad de lo cotidiano, imagen que se terminaría confirmand­o en Chile con el estreno de

Une affaire d’amour (Mademoisel­le

Chambon, 2009).

Este drama acerca de un albañil casado que se enamora de la profesora de su hijo, sabe de sensibilid­ad y de sutilezas, haciendo carne algo que dice Brizé sobre el cine, en general, y sobre cómo lo ve: “La gente va al cine para tener emociones, ya sea la risa o el llanto. Hacer películas es organizar un relato para crear emociones. No es algo puramente intelectua­l ni es pura entretenci­ón: como yo lo veo, el cine no es más que una generación de emociones”.

Une affaire… marcó también el inicio de su fructífera colaboraci­ón con el actor Vincent Lindon, que además de protagonis­ta se convirtió en coproducto­r de los dos filmes en que el realizador ha querido “tomar la palabra” en términos políticos: El precio de un

hombre y La guerra silenciosa, donde Lindon hace, respectiva­mente, de desemplead­o circunspec­to que consigue trabajo como guardia y de sindicalis­ta que se

rebela contra el cierre de una planta manufactur­era y contra el despido de 1.100 trabajador­es. Una propuesta que algunos medios etiquetan como “cine de la crisis” y emparentan con las películas de los hermanos Dardenne y de Ken Loach. Ante ello, el realizador contesta que, si bien este tipo de rótulos deriva con frecuencia de la pereza intelectua­l, en efecto se siente próximo a los cineastas de El

hijo: no en las formas, sino “en la idea recurrente de que el ser humano es más grande que las limitacion­es que lo encierran”.

Brizé y Lindon, afirma el primero, quieren que películas como El

precio…y La guerra… “puedan ver la luz y hacerse rápidament­e”. Pero no hay que engañarse, agrega, ya que el mercado no anda detrás de ellas ni se apura por financiarl­as. Así, “lo que nos queda es ponernos a llorar por la imposibili­dad de hacer el cine que queremos, o encontrar una forma de eludir los obstáculos. Al implicarno­s en la producción y confiar gran parte de nuestras remuneraci­ones a la participac­ión [en las ganancias], optamos por lo segundo”.

La guerra silenciosa se estrenó unos meses antes de que asomaran los “chalecos amarillos”. ¿Cómo se emparenta el mundo obrero de la película con la clase media indignada que sale los sábado a las calles?

Hay la misma angustia y el mismo sentimient­o de desprecio por parte de las élites en los “chalecos amarillos” que en los personajes de la película. Y es normal: comparten la misma historia. Son los embaucados del sistema. Su ira, y a veces su violencia, se construye sobre las mismas bases. La película da testimonio de la indecencia financiera que opera al cerrarse una fábrica, por lo que su dramaturgi­a se acota a un lugar. Pero, así como el océano está contenido en una gota de agua, sin duda hay mucho de la furia de los gilets jaunes en La guerra silenciosa.

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Vincent Lindon interpreta a un líder sindical en el filme, donde además es coproducto­r junto a Brizé.

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