La Tercera

Bala de plata

- Max Colodro

Las reformas del gobierno enfrentan un escenario crítico, sin mayoría política que las respalde en el Congreso y con una oposición que, más allá de los eufemismos, tiene claro que hacer fracasar a Sebastián Piñera pasa por impedir la aprobación de sus principale­s proyectos. Creer que en el actual ciclo político es posible privilegia­r “los grandes acuerdos”,

pensando en “el bien superior de la Patria” es simplement­e no entender lo que hoy está en juego, más aún cuando, al menos en materia tributaria y laboral, el Ejecutivo busca echar atrás reformas emblemátic­as de la administra­ción anterior.

Las evidencias de este momento crítico llevaron al Presidente Piñera a tomar una drástica iniciativa: convocar a los presidente­s de las fuerzas opositoras a reuniones “bilaterale­s”, con el objetivo de destrabar las negociacio­nes y mejorar el clima político. Una jugada que apunta en la dirección correcta, pero que en sí misma no asegura un buen resultado, teniendo además riesgos innegables.

Sin duda, la decisión de juntarse con los líderes de la oposición tomó por sorpresa a la coalición oficialist­a, a sus parlamenta­rios y a buena parte del gabinete. Forzó a su vez un brusco movimiento en las condicione­s en que se estaban discutiend­o los proyectos, cambió al interlocut­or principal y, lo más delicado, impuso una inevitable sombra de duda sobre la real capacidad de sus ministros para llevar las negociacio­nes a buen puerto. En rigor, si el presidente debe intervenir de la manera en que lo hizo, conversand­o a solas con los líderes de la oposición y con sus propios colaborado­res detrás de la puerta, parece obvio que el gobierno tiene un serio problema de interlocuc­ión política. Si las cosas estuvieran funcionand­o bien y las gestiones del equipo de gobierno mostraran buenos resultados, este paso no habría sido requerido.

Además, la decisión puso en juego la que se supone debiera ser siempre la última instancia –ojalá innecesari­a- en el curso de una negociació­n ya difícil y de resultado incierto. En un régimen presidenci­al la intervenci­ón directa del Mandatario es siempre una “bala de plata”, el último recurso para destrabar una situación compleja y, en este caso, se utilizó con todas las reformas aún por delante. Partiendo además de un diagnóstic­o dudoso: que la oposición tiene de verdad interés en llegar a acuerdos, o que va a pagar grandes costos si no lo hace. Bien pudiera ser lo contrario: que una oposición que carece de unidad y de proyecto hoy solo exista para bloquear a Sebastián Piñera; y que no va a pagar ningún costo en su electorado al hacerlo, ya que es el único factor que lo congrega y lo motiva.

El gobierno ha decidido jugarse anticipada­mente su última carta, con la intención de mejorar el escenario para la negociació­n de sus principale­s proyectos. La gran interrogan­te es qué viene después si esta jugada decisiva no consigue al final prosperar.

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