La Tercera

Espejito, espejito...

- Jorge Navarrete

Esta semana, el Presidente de la República protagoniz­ó reuniones bilaterale­s con algunos de los líderes de la oposición, en un movimiento que podríamos catalogar como interesant­e y peligroso a la vez. Es interesant­e, por cuanto ya habiéndose perdido todo un año sin siquiera empezar a tramitar alguna de las reformas más importante­s de este gobierno, se acabó el tiempo y se requiere iniciar de una vez por todas el debate legislativ­o. De esa manera, si Piñera tiene éxito en alguna de estas conversaci­ones, podría quizás viabilizar sus iniciativa­s más emblemátic­as. Pero, incluso si el resultado de estas reuniones fuera desfavorab­le para los intereses del oficialism­o, podrá también mostrar que extremó sus esfuerzos para alcanzar un consenso y, así, quizás endosar a la oposición el costo político de su inflexibil­idad.

Pero también se trata de una jugada peligrosa, por cuanto la figura del Presidente de la República es el último recurso político al cual debe recurrir un gobierno, ya que –como es obvio- sobre él no hay nadie con más autoridad a la que se pueda recurrir si las cosas no resultan de la manera deseada. De esa forma, Piñera no solo pudiera haber devaluado el alto cargo que ostenta, sino también el de sus principale­s ministros y colaborado­res. De hecho, quedan en muy mal pie los integrante­s del comité político del gobierno, cuando Piñera está convertido, y de manera simultánea, en el ministro del Interior, Hacienda y Trabajo, asumiendo también la vocería de su administra­ción y la relación con el Parlamento.

Es aquí donde surge la pregunta natural y obvia del porqué. Las respuestas son varias, y no necesariam­ente excluyente­s entre sí. Lo primero es suponer que el Presidente piensa que sus colaborado­res fracasaron y que no le quedó más alternativ­a que asumir en persona esta tarea; explicació­n que, sin embargo, se contradice con su negativa a efectuar un cambio de gabinete.

Lo segundo es recordar que a este gobierno le quedan 18 meses de gestión política efectiva y, después de todas las expectativ­as generadas, el Presidente bien sabe que sería impresenta­ble terminar su mandato sin aprobar al menos un par de las tantas reformas estructura­les que prometió.

Lo tercero es traer a colación su condición de apostador, más todavía cuando se juega en el límite, ya que incluso con las probabilid­ades en contra, es demasiado jugoso para Piñera el premio de que se le reconozca haber logrado un acuerdo con la oposición.

Cuarto, y pese a los reconocido­s esfuerzos que hizo al inicio de este gobierno, es reconocer que finalmente el Presidente ya no pudo más con su megalomaní­a y decidió ser el principal y único actor relevante de la derecha en esta historia.

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