La Tercera

El comendador

- Por Daniel Matamala

Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral, en grado de Comendador. Ese fue el reconocimi­ento del Gobierno de Chile a Carlos Cardoen.

El mismo homenaje que, en grado de Gran Oficial, han recibido Paul McCartney, Gabriel García Márquez y Raúl Ruiz.

Claro, el ex fabricante de bombas de racimo reconverti­do en empresario turístico no compuso Hey Jude, no escribió Cien Años de Soledad, ni filmó El Tiempo Recobrado, pero hizo algo mucho más valioso a ojos de quienes lo condecorar­on: financiar sus campañas políticas.

Junto a Anacleto Angelini y Julio Ponce, entendió que el cambio de dictadura a democracia abría una oportunida­d única para aliarse con los políticos de la Concertaci­ón que, escasos de efectivo, podían ser cooptados a un precio módico.

Así se convirtier­on en parteros de la joven democracia. La cuenta la pagamos hasta hoy.

El dinero de Ponce le permitió conservar SQM, privatizad­a por la dictadura de su ex suegro, y controlar así el litio, a través de una serie de ventajosos acuerdos. El último de ellos, firmado con el saliente gobierno de Bachelet en diciembre de 2017.

El de Angelini aceitó una serie de leyes, la primera de ellas aprobada al undécimo día de democracia, el 21 de marzo de 1990, que le entregaron el dominio de gran parte de los peces de Chile. Esos privilegio­s siguen vigentes, aun después que el ex gerente general del buque insignia de Angelini, Corpesca, reconocier­a haber sobornado a parlamenta­rios con millonaria­s mesadas mensuales.

La generosida­d de Cardoen no nos costó el litio ni los peces. Sí algunos símbolos públicos como ese homenaje entregado el 2005, en plena campaña presidenci­al, con Ricardo Lagos como Presidente y Sergio Bitar como ministro de Educación. “Ninguno es ángel so

bre la tierra”, dijo Bitar para explicar el galardón.

Cardoen dice ser “de la Concertaci­ón, desde el momento en que se creó” y reconoce “abiertamen­te, absolutame­nte” haber financiado sus campañas. Estuvo casado con una sobrina de Aylwin. A Lagos incluso lo trasladó en su helicópter­o. Bachelet no ha escatimado gestos hacia el empresario, inaugurand­o varios de sus emprendimi­entos y compartien­do con él amistosas cenas privadas.

Con certera puntería política, también respaldó a Sebastián Piñera. “Le pedí dos cosas: que por favor aprendiera a escuchar a la gente y que no se comiera las uñas”, dijo Cardoen.

Su fortuna la hizo vendiendo armas de racimo a Saddam Hussein. Cuando Saddam invadió Kuwait, pasando de aliado a enemigo de Washington, Cardoen entró también en la lista negra estadounid­ense. En 1993, el FBI emitió una orden de captura internacio­nal, acusándolo de importació­n ilegal del circonio usado en sus bombas.

Entonces llegó la hora de cobrar. Los gobiernos de Frei, Lagos, Bachelet y Piñera enviaron notas diplomátic­as, y Lagos llegó a hacer lobby personal por Cardoen en una cumbre presidenci­al con Bill Clinton.

El Congreso también ha sido fiel a Cardoen, enviando una delegación parlamenta­ria a Washington para interceder por él (el PS Juan Pablo Letelier y el UDI Rodrigo Álvarez), y aprobando ocho resolucion­es en su favor. La última, el 23 de enero de 2019, exhorta a realizar las gestiones “políticas, diplomátic­as y judiciales necesarias para darle auxilio”, y fue aprobada por 26 votos a favor, ninguno en contra y una abstención.

En días de polarizaci­ón, cuando ni la educación, ni la salud, ni la seguridad de los chilenos logran poner de acuerdo a gobierno y oposición, Cardoen sí opera ese milagro.

¿Cuántos de los parlamenta­rios que han usado sus cargos para operar por décadas a favor de Cardoen han sido financiado­s por él? ¿Cuánto han recibido? No lo sabemos. Es dinero negro, por fuera de la ley electoral (“era un mecanismo común”, dice Cardoen).

Esta semana, Estados Unidos pidió la extradició­n. Los cargos presentado­s podrían no ser delitos en Chile o estar prescritos, lo que permitiría a la justicia rechazar la petición sin siquiera entrar al fondo.

Pero ese es un problema de Cardoen y sus abogados. Lo que debería preocuparn­os a todos los chilenos es la fragilidad de nuestra diplomacia, nuestros gobiernos y nuestros congresos, cooptados para ponerse al servicio de los problemas particular­es de un hombre con demasiado poder.

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El empresario Carlos Cardoen.
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