Nosotros y los “cambios tectónicos”
Hace pocos días, al hablar en Berlín en el foro “Soluciones Globales”, la canciller de Alemania, Angela Merkel, dijo que el mundo está viviendo “cambios tectónicos”. La metáfora alude a fenómenos propios de la geología: se mueve la corteza terrestre y esos cambios estructurales provocan otros, profundos, radicales y muy fuertes. Según Merkel, esos “cambios tectónicos” se expresan en el desplazamiento de fuerzas en el mundo, en particular entre la gran potencia económica que es Estados Unidos, por un lado, y China junto a otros Estados asiáticos como India, por el otro. La respuesta ante ello, señaló la canciller, es aceptar esas nuevas potencias y “no combatirlas como si estuviéramos en una batalla”.
Dicho así, la líder alemana tiene razón con su metáfora. Hoy todo el andamiaje de instituciones internacionales creadas tras la Segunda Guerra Mundial, así como las gestadas posteriormente -como la Organización Mundial de Comercio (OMC) y otras entidades especializadas- está en medio de un proceso de cambios y evoluciones a la vez que enfrenta cuestionamientos dramáticos a su legitimidad o utilidad.
En ese contexto, uno puede llegar a preguntarse, ¿es más determinante para el futuro la Unión Internacional de Telecomunicaciones (foro de Naciones Unidas para debatir la sociedad digital) o la Organización Mundial del Comercio? Quizás suene impropio plantear así las cosas, pero está claro, por ejemplo, que los temas de seguridad en el mundo global ya no pasan solamente por el Consejo de Seguridad de la ONU, cuyos miembros permanentes hasta hoy sólo son Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Rusia y China. Ello no puede ser fácil de aceptar, por ejemplo, para India, que dentro de 30 años ten
drá una población superior a la de China y en 10 años superará económicamente a Japón, hoy tercera economía mundial.
Es evidente que la guerra comercial desatada por Estados Unidos contra China erosiona los fundamentos mismos de la OMC. Ella se inicia bajo el lema “America First”, asumido por el Presidente de Estados Unidos. En realidad, el planteamiento mismo no encierra mayor novedad, ya que ningún Presidente deja de poner a su país en primer lugar de consideración. Pero lo nuevo está en la actitud que hay tras ese “America First”: no me importan ni tomo en cuenta la institucionalidad vigente. Ese es el gran cambio.
Esa actitud implica una manera de ser “país continente” sin asumir la realidad del mundo global. Y es esa señal la que países como el nuestro, o regiones como América Latina en su conjunto, debemos asumir. Cabe preparase para las nuevas formas de interacción en el futuro global: diálogo entre países continentes y regiones que solo podrán pesar si tienen una única voz al expresar sus intereses comunes.
¿Qué ocurrió en 2015 en París, durante la Conferencia de Cambio Climático? Allí Estados Unidos y China, las dos grandes potencias a nivel continental, concordaron un procedimiento para limitar la emisión de gases de efecto invernadero. Ello fue clave para que la comunidad internacional en su conjunto se fijara metas para salvar la vida del ser humano en el planeta. En París se evidenció que vamos hacia un mundo donde, sobre la plataforma de las estructuras y valores multilaterales gestados en el pasado, serán las grandes potencias continentales las que prioritariamente determinarán el futuro.
Esto no quiere decir que el resto del mundo se limitará a ser observador. Todo lo contrario. Implica que es urgente entender la necesidad de articularse sobre amplios consensos para incidir en las deliberaciones que ahora emergen. E implica que debemos defender a fondo el multilateralismo. Es allí donde la sumatoria de los que no somos “países continente” podrá tener peso, en tanto actúen con coordinación y concordancias vinculantes.
Tal vez nunca como nunca antes, esta realidad se hace evidente en la Unión Europea. Por cierto, es el continente que tiene un edificio más armado, que se alza como ejemplo para otras regiones del mundo y que ha logrado que el euro sea la segunda moneda en el sistema monetario internacional. Pero aquel proyecto, que nació de los entendimientos de Francia y Alemania sobre el carbón y el acero y que hoy cobija a 28 países, está pasando por grandes dificultades. Y eso explica que ahora, ante la próxima elección para el Parlamento Europeo en mayo, exista tanto temor e inquietud por el futuro.
Es esto lo que nos debe hacer encontrar las mejores formas para fortalecer la voz de América Latina. La clave allí es entender que todo proyecto de la región con una voz común reclama tener a México, a Centroamérica y a los países del Caribe dentro del escenario. Es cierto que México siempre está determinado por sus tensiones y vivencias con su vecino del norte. Pero es un país latinoamericano, tan grande como Brasil, con el cual nos cabe mirar las complejas realidades del actual escenario a las que ya nos enfrentamos.
Los cambios tecnológicos no son sólo eso, sino que tienen profundas implicancias económicosociales. Los drones, el internet de las cosas, la inteligencia artificial, el big data y los robots, están cambiando el espíritu y la naturaleza del trabajo. Y con ello, la percepción de la ciudadanía respecto de la política y la eficiencia democrática.
Sí, tiene razón Angela Merkel. Se viven cambios tectónicos. Por eso, cabe acoger su propuesta de un “frente común”, para tener un enfoque multilateral en todos los ámbitos de interés global. Y tiene razón en que para eso no basta sólo actuar desde la política, sino que se requiere, también, de una “sociedad civil fuerte”. Y realmente democrática, diríamos acá.
La clave es entender que todo proyecto de América Latina con una voz común reclama tener a México, a Centroamérica y a los países del Caribe dentro del escenario.