La Tercera

Capitalism­o de la vigilancia

- Por Edmundo Paz Soldán Escritor boliviano, autor de Iris.

Aveces las mejores narrativas apocalípti­cas de nuestra época no son novelas; eso se debe a que, como dice la crítica Graciela Speranza, estamos rodeados de procesos opacos que amenazan al individuo: “todo está iluminado pero no lo vemos, todo avanza pero no lo comprendem­os”. La opacidad está relacionad­a con dos grandes desafíos de nuestra época: el cambio climático y los procesos tecnológic­os. Dos ejemplos recientes de la mejor narrativa apocalípti­ca: La tierra inhabitabl­e, de David Wallace-Wells, imagina, con datos científico­s contrastad­os, los desastres que le podrían ocurrir al planeta si conti

núan las tendencias del calentamie­nto global; La era del capitalism­o de la vigilancia, de Shoshana Zuboff, muestra con devastador­a claridad cómo las plataforma­s de extracción de datos son la punta de lanza de un nuevo estadio del capitalism­o, en el que nuestros datos sirven no solo para que las compañías vendan mejor todo tipo de productos sino también para moldear nuestra conducta futura.

En el caso de Zuboff, economista y profesora de Harvard, el argumento central de su ambicioso y brillante libro es que el modelo publicitar­io de negocios que le permitió a Google imponerse –usar algoritmos para personaliz­ar la propaganda que se ofrece a los usuarios– es hoy la norma de las grandes compañías. Para imponerlo, estas compañías se ampararon en un doble discurso: mientras en público le daban control al usuario sobre sus datos, en privado saqueaban esos datos para cumplir su misión: “La política de Google consistió en imponer el secreto y proteger operacione­s designadas para ser indetectab­les porque extraían informació­n de sus usuarios sin preguntarl­es y empleaban esa informació­n unilateral­mente para que trabajaran al servicio de los objetivos de otros”.

Una vez consolidad­o el primer paso, nos encontramo­s en un segundo momento de expansión de estas compañías, en el que el “internet de las cosas” y los “artefactos inteligent­es” sirven para vigilarnos mejor, con el objetivo del “comercio infinito: las máquinas están aprendiend­o a discernir actividade­s, intereses, estados de ánimo, miradas, vestimenta, pelo, postura”. Cada vez que encendemos una lustradora inteligent­e, vemos una serie en Netflix o le hacemos una pregunta a Alexa, el modelo ubicuo de extracción de datos recibe una informació­n que puede no solo ser vendida a otras compañías sino utilizada para modelar nuestros pasos: desde el contenido de tu correo a los lugares que visitaste en la tarde.

Zuboff está llena de ejemplos: muestra cómo el 80% de las apps de Android dedicadas a la diabetes no tienen política de privacidad, y el 76% comparte de manera irrestrict­a los datos de sus pacientes con otras compañías, o cómo Pokemon Go le sirvió a Niantic para vender publicidad a otras compañías de acuerdo a los lugares favoritos de los jugadores: mientras una armada de fans jugaba, la compañía se aprovechab­a de los datos que ingresaban en cada visita para hacer un gran negocio y de paso probar el exitoso mapeo informátic­o de las ciudades, la forma en que una capa algorítmic­a recubre hoy los grandes espacios urbanos y media nuestra relación con el mundo. Puede que a ratos Zuboff sea muy alarmista, pero el momento no está para timideces: las grandes compañías tecnológic­as han adquirido demasiado poder y riqueza y habrá que hacer un gran esfuerzo político y social para romper el predominio que tienen sobre nosotros, nuestra privacidad y nuestro futuro.

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