La buena fe
El migrante venezolano de las primeras décadas del siglo XX, don Andrés Bello, primer rector de nuestra principal universidad, al redactar el Código Civil, una de sus más notables obras, incorporó en el título relativo a la posesión, un principio jurídico de antigua data: “La buena fe se presume “.
Qué duda cabe que esta presunción es indispensable en todas las relaciones humanas, y en
la política, por cierto. La vida sería aún más compleja, si partiéramos siempre de la presunción opuesta.
En estos días, el Presidente de la República convocó a un diálogo a los principales líderes de los partidos de oposición con representación parlamentaria. La invitación fue recogida por todos, salvo el Partido Comunista, al menos hasta la fecha.
Poseen un valor la convocatoria y la aceptación, pues salen al paso de un cierto clima de crispación, siempre inconducente a un fin positivo. No creo equivocarme si sostengo que la inmensa mayoría de los ciudadanos espera que este diálogo, aún en etapa inicial, se ejecute bajo la presunción de buena fe. Poco importan los sesudos análisis de los porqués de la convocatoria y los porqués de la aceptación; la mayoría aguarda la esperanza de acuerdos. Al final, la cotidianidad de millones tiene que ver con la política que sus representantes son capaces de hacer. Si se impone el tómalo o déjalo, o la obstrucción legislativa a como dé lugar, mala noticia.
Las áreas de necesidad de reformas estructurales son múltiples.
Algunas están en la primera línea del debate -modernización tributaria, reforma previsional-, pero permítame detenerme en una de particular interés ciudadano. Es claro que en materia de seguridad pública se pueden hacer las cosas mucho mejor. Chile, en los últimos 10 años, ha duplicado su inversión pública en seguridad, el presupuesto de Carabineros en los mismos 10 años también se duplicó. Sin embargo, en esa misma década, los hogares que fueron afectados por robos se han mantenido constantes (casi cuatro de cada 10). Si alguien cree que la solución pasa por una modificación al control de identidad se equivoca. El tema es mucho más de fondo, como no poner el verdadero acento, por ejemplo, en las causalidades del delito, como lo estamos haciendo para intervenir con políticas públicas en los entornos adversos de la primera infancia. La buena fe se presume, enhorabuena.
Alejémonos de aquellas prácticas políticas que desdeñan la racionalidad, que descreen de los acuerdos, porque los consideran capitulación. No me cansaré de pregonarlo. Nos va mejor como sociedad cuando trabajamos en la lógica de la convergencia, no de la divergencia a como dé lugar.
Que no nos pase lo de los ingleses con el Brexit, como lo leí en estos días en un artículo del NYT: “Decidieron suicidarse económicamente, pero ni siquiera se ponen de acuerdo en cómo hacerlo”.