La Tercera

CULTURA&ESPECTÁCUL­OS El arte de Nemesio Antúnez revive en 114 obras

El 11 de abril se abre en el Museo de Bellas Artes, donde fue director en los años 70 y 90, la muestra que rescata su obra plástica: sus populares series de camas, estadios y volantines se mezclan con piezas nunca antes vistas.

- Por Denisse Espinoza A.

La revelación le llegó temprano, mientras en los faldeos del cerro San Cristóbal descubría la acuarela en las clases del catalán Ignacio Baixas, quien le hacía pintar paisajes realistas; pero Nemesio Antúnez chorreaba el papel y hacía manchas acá y allá, abstrayénd­olo todo. “Antúnez, un dos”, calificarí­a después el profesor, pero algo importante le había ocurrido al joven artista. “Yo estaba como mareado, con vértigo, sintiendo que había encontrado algo así como un tobogán por el que tenía que deslizarme. En ese chorreo de pintura siento que está lo mío”, recordaría varias décadas más tarde, cuando ya aquejado por el cáncer le concedería varias entrevista­s a la periodista Patricia Verdugo, que acabarían editadas en un libro póstumo. “Esa primera etapa fue de una felicidad tan grande. Porque me descubrí. Mientras caminaba, me decía ¡yo soy pintor, yo soy pintor!...”, agregaba.

Era 1941 y Nemesio Antúnez (Santiago, 1918-1993) egresaba como arquitecto de la U. Católica, pero ya sabía que lo suyo era la pintura. No iba ser fácil decepciona­r al padre, un corredor de propiedade­s exitoso que soñaba con que su hijo mayor se le uniera al negocio. Pero Antúnez decidió seguir su estrella. Postuló a la Beca Fulbright que lo llevó a Nueva York a cursar un máster en Arquitectu­ra en la Universida­d de Columbia. Todo era un pretexto para salir de Chile y así desatar su faceta de artista sin presiones. Fue allí donde conoció el grabado, en el taller de William Hayter, de quien fue ayudante, y terminó de hacer redes importante­s: se cruzó con artistas como Pollock, Mark Rothko, Noguchi y, por supuesto, el chileno Roberto Matta, a quien ya conocía de niño porque eran vecinos y asistían al mismo colegio, los Sagrados Corazones de Santiago.

Al volver a Chile en 1953, Antúnez ya tenía trazado su camino y dos años después abrió el Taller 99, donde trasmitió su experienci­a en el grabado. Pero la vida le depararía más cosas fuera de la pintura: en 1961 le encargan ser director del Museo de Arte Contemporá­neo en Quinta Normal y no puede negarse. De hecho, su sobresalie­nte desempeño (en 1962 trae desde el MoMA de Nueva York la muestra De

Cézanne a Miró, la única de su naturaleza que ha llegado a Chile) lo llevó luego a ser agregado cultural

en Nueva York y dos veces director del Museo de Bellas Artes (19691973, y 1990 hasta su muerte en 1993). “Ser director de museo fue siempre mi anti-pintor. Había que pelear mucho para dejarme un tiempo para mí”, dijo.

Desde el 11 de abril en la Sala Matta del Museo de Bellas Artes, la muestra Manifiesto del curador Ramón Castillo rescata su faceta de pintor a través de 114 obras, entre óleos, grabados, dibujos, acuarelas y bocetos, muchos de ellos nunca antes vistos, y que lo reivindica­n primero que nada como creador.

La curatoría está inserta en una muestra mayor con la que culminan las celebracio­nes de su centenario, que partieron en mayo de 2018, lideradas por la Fundación Nemesio Antúnez. Centenario Antúnez contempla también la curatoría de Amalia Cross -El museo en

tiempos de revolución- cuando lideró la pinacoteca nacional, y la del

curador Matías Allende -Antúnez Panamerica­no-, que se desarrolla­rá en paralelo en el MAC de Parque Forestal.

El llamado del arte

“Como pintor Nemesio no es informalis­ta ni es abstracto, está siempre en el límite. El pinta espacios limpios, pero donde siempre hay poesía, una figurita que aparece, una historia que contar”, dice Ramón Castillo, quien divide la muestra en distintos ámbitos o temas que obsesionar­on al artista, y a los que volvió una y otra vez.

En Cordillera adentro, Antúnez pinta el interior de la Tierra, los volcanes en erupción, el lapizlázul­i, las formas ígneas. Utopía/ distopía reúne obras sobre el Golpe de Estado, que lo pilla dirigiendo el Bellas Artes: allí está La Moneda bombardead­a, la bandera destruida y una serie de 15 retratos sobre los torturados que nunca se ha exhibido.

En Megalópoli­s, Castillo agrupa todas las imágenes aéreas de rascacielo­s y multitudes hechas por Antúnez en Nueva York. En 1948 trabaja como diagramado­r en el Ladies Home Journal y ocupa una oficina en el piso 31 del Rockefelle­r Center, que le da una vista panorámica de la Gran Manzana y que quedaría para siempre como uno de sus imaginario­s. “Toda esa serie es muy gris, algo triste. Echaba de menos Chile y cuando regresa, de inmediato se pone a pintar la cordillera, los volantines y la serie de Quinchamal­í”, dice el curador.

En Lo inconmensu­rable se ven sus imágenes más conocidas: los volantines esparcidos por el cielo, con una cordillera nevada y abstracta pintada a los lejos; las camas como símbolo de la vida y la muerte y también una serie donde pinta mediciones imposibles de una nube, de la lluvia o del color negro. “Para Nemesio, la tela era un territorio donde ocurrían cosas monumental­es. Y su obra es una poética circular que va y vuelve”, explica Castillo.

La muestra también recoge su faceta de conductor en el programa Ojo con el Arte, que se emitió entre 1970 y 1971 en TVN y que lo llevó a las casas de todo Chile, haciéndose muy conocido. También una sala de lectura con sus libros favoritos, entre ellos Cartas a Theo, de Van Gogh, con quien se siente identifica­do en ese llamado constante que es la pintura; además de croqueras y anotacione­s sobre su propia obra. “La muestra se llama

Manifiesto porque de alguna forma Nemesio responde con sus propias palabras por qué pinta lo que pinta. Es difícil encontrar a un artista que tenga tal honestidad y coherencia entre su visualidad y las palabras”, dice el curador. “Hemos estado acostumbra­dos a un Nemesio optimista, alegre, pero que aquí veremos sus grises, su tristeza y su lucha constante por ser pintor”.

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El muro negro, óleo sobre tela (90 x 70 cm), pintado durante su estancia en Nueva York en 1966.
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Volantines, 1984, Colección particular.

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