En realidad, ¿de qué me quejo?
Los malos resultados económicos que conocimos esta semana son una mala noticia para el país y el gobierno; los que adelantan que volveremos a tener un año difícil. Con todo, pareciera que al Presidente de la República le afecta más su caída en las encuestas; y se trata de un doble error, pues no solo les está dando más importancia de la que debería, sino también está equivocando la lectura de las mismas. Conocido por su incondicional lealtad por los números y el rating, sumado a una compulsiva obsesión por no perder y trascender, Sebastián Piñera pareció olvidar las razones por las cuales fue elegido Presidente. En efecto, esa contundente mayoría que lo llevó al poder -dicho sea de paso, la mejor y más importante encuestase ilusionó con las expectativas que se generaron por la llegada de un gobierno de derecha, pero más específicamente por las diferencias que éste marcaría respecto de la anterior administración de Bachelet.
Sin embargo, muy tempranamente Piñera creyó que agradando a sus adversarios podría romper el muro de la mayoría opositora en el Congreso. De esa forma, en el debut anunció que mantendría los niveles de gratuidad que había dejado el gobierno anterior; tempranamente renunció a la idea de rebajar el impuesto de primera categoría, o recientemente abdicó de modificar el régimen de indemnización por años de servicios; dejó que el gobierno mediara en conflictos laborales que no se enmarcaban en procesos de negociación colectiva; se transformó en un activo promotor de proyectos de ley que incomodaban a su sector, como fue el de identidad de género; o se mantuvo al margen de iniciativas que el oficialismo frontalmente rechazaba, como ocurrió con la tramitación del reglamento sobre el aborto en tres causales. Solo a ratos el Presidente ha coincidido con su base de apoyo electoral, pero nuevamente orientado a iniciativas algo populistas pero que tienen una altísima adhesión en las encuestas, como fue el caso de inmigración, Aula Segura y ahora el control de detención para menores de edad.
¿Cuál es el negocio entonces? Pregunta para la cual supongo Piñera sí debería estar muy calificado para responder. De hecho, lo que él no parece comprender, y aunque a muchos les parezca tan evidente, es que la mayor desaprobación de su gobierno no proviene de sus adversarios, sino de sus adherentes. Las personas que preferentemente se han decepcionado no somos los que votamos por otro candidato, sino justamente los que votaron por él. Y por eso resulta razonable el reclamo que hacen ya varios de sus aliados, en el sentido que el Presidente está más preocupado de congraciarse con la minoría que lo resistió, que con cumplirle las promesas a esa mayoría que lo eligió.