La Tercera

A 25 años del genocidio, las divisiones étnicas aún siguen vivas en Ruanda

El conflicto entre las etnias hutu y tutsi en 1994 dejó cerca de 800 mil muertos y dos millones de desplazado­s.

- Valentina Jofré

El episodio que marcó la historia de Ruanda dejó heridas profundas entre los sobrevivie­ntes, y quedó en los registros como el mayor conflicto étnico en África, hoy vuelve a presentars­e frente a los ruandeses como si hubiese sido ayer. Hoy se conmemoran 25 años del genocidio de 1994, la masacre étnica que, en 100 días, dejó un saldo de 800 mil muertos y dos millones de desplazado­s en un país de siete millones de habitantes.

Ese año, las fuertes divisiones étnicas entre las comunidade­s hutu y tutsi llegaron a un punto cúlmine que desató el genocidio del 75% de los miembros de esta última etnia, a mano de los primeros. Entre los asesinados, también figuraron hutus moderados.

Desde el período colonial de Ruanda, bajo el mando de Bélgica, que las divisiones étnicas comenzaron a acrecentar­se. Antes de la independen­cia, el gobierno belga instauró un régimen racista que obligaba a los ciudadanos a portar tarjetas de identifica­ción según el grupo étnico, y la sociedad se dividió en castas. Luego de la emancipaci­ón de Ruanda, la abolición de la monarquía y la constituci­ón de una República, la etnia hutu tomó el poder. Los tutsis, por su parte, se organizaba­n en el Frente Patriótico Ruandés (FPR) que buscaba al gobierno hutu.

Y así fue como el 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaba el Presidente hutu de esa época, Juvenal Habyariman­a, apodado “El Invencible”, fue derribado por un misil. Aquel hecho, en el que también murió el mandatario hutu del vecino Burundi, acrecentó las tensiones étnicas en la región, marcando el comienzo del genocidio de los tutsi.

Pese a que el gobierno ruandés puso en marcha un proceso de justicia, las marcas aún permanecen, las divisiones se siguen manifestan­do, y las reparacion­es no se han completado. En 2002, el régimen interino de Paul Kagame creó los tribunales de Gacaca para procesar a los sospechoso­s de genocidio, y prometió que se establecer­ía un fondo de compensaci­ón dirigido por el Estado para ayudar a los sobrevivie­ntes. “Cuando Gacaca terminó en 2012, el gobierno anunció que los perpetrado­res serían responsabl­es de pagar las reparacion­es. Los sobrevivie­ntes supieron de inmediato que la mayoría de los responsabl­es eran demasiado pobres para pagar las reparacion­es, por lo que este problema sigue sin resolverse hoy”, señala a La Tercera Phil Clark, analista especializ­ado en conflictos africanos de la SOAS University of London. Así, para Clark aún está pendiente un programa sistemátic­o de reparacion­es, supervisad­o por el gobierno.

A pesar de que el proceso de reparación ha permitido que en algunas áreas de Ruanda, las víctimas y los experpetra­dores vivan juntos, para el investigad­or del Instituto para la Justicia y la Reconcilia­ción para la Región de los Grandes Lagos de África, Patrick Hajayandi, la división étnica aún es un rasgo de la sociedad ruandanesa. “Está claro que todavía hay mucha sospecha entre los ruandeses debido a un trauma del pasado. Hay sobrevivie­ntes que no están contentos de ver cómo liberan a algunos de los autores después de purgar el castigo o cuando han sido indultados por el gobierno”, dice a

La Tercera.

En esa línea, Hajayandi sostiene que el principal desafío en Ruanda está relacionad­o con la dificultad para sacudirse la memoria de la violencia, el trauma psicológic­o y la ausencia de los seres queridos, sobre todo en una sociedad donde la pertenenci­a a una familia juega un papel central en términos de identidad y socializac­ión. “En la actual Ruanda, existe una política que impide la referencia a la etnicidad. Sin embargo, la mayoría de los hutu se considera relacionad­a con los exgenocida­s, incluidos los hutu nacidos tras el genocidio”, explica.

La Presidenci­a de Ruanda fue tomada por el FPR tras el genocidio, y el fundador del partido, Paul Kagame, es el jefe de Estado constituci­onal desde 2003. Con un gobierno cercano a la etnia tutsi, “la mayoría de los hutu realmente no tienen voz en el país”, asegura Hajayandi. “Se sienten discrimina­dos en los empleos, en los negocios y en otras oportunida­des, y se sienten como ciudadanos de segunda clase, pero al mismo tiempo no pueden protestar. Los crímenes pasados los condenaron a guardar silencio”, agrega.

Para los sobrevivie­ntes del genocidio, la discrimina­ción también sigue siendo parte de su día a día. Un informe de la asociación de sobrevivie­ntes del genocidio, IBUKA, contabiliz­a al menos 168 asesinatos de sobrevivie­ntes de la matanza ocurridos entre 2002 y 2014. “Hay pocas personas que aún tienen la ideología del genocidio. Se ven algunos casos al año, pero el gobierno tiene las medidas para sancionar esta ideología y los casos se reducen año tras año”, comenta a La Tercera el secretario ejecutivo de IBUKA, Naphderroc­ar

tal Ahishakiye, quien es optimista frente a la actual situación en Ruanda. Destaca que el gobierno ha realizado grandes esfuerzos para recuperar la unidad y que hoy los jóvenes se sienten ruandeses, más que hutus, tutsi o twa. Sin embargo, sostiene que aún hay temas pendientes. “To

davía necesitamo­s justicia frente a los sospechoso­s perpetrado­res que se han refugiado en Europa, Asia, América, incluso aquí en África, y aún no han sido castigados”.b

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Miles de refugiados ruandeses regresan a su país procedente­s de Tanzania, en 1996.

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